“Enfermedad mental”
Sólo podemos hablar de enfermedad mental como metáfora. El sufrimiento psíquico NO es una unidad monolítica que caiga fatalmente sobre uno como una pancreatitis o una úlcera, sino más bien un estado de ánimo enrarecido, un desajuste en la dinámica de los componentes de la personalidad: emociones, afectos, pensamientos, impulsos, deseos, fantasías, etc. Cuando estos elementos, por diferentes causas, se desarticulan, como puede ocurrir en cualquier sistema complejo, hablamos de desestructuración de la personalidad. Por el contrario, cuando actúan armónicamente coordinados en una unidad de acción y decisión coherente estaríamos en el caso de la “salud mental”.
La desarticulación es la que genera una visión del mundo (y una instalación existencial) deformada y subjetiva, adulterada con residuos infantiles y narcisistas, en la que el paciente se constituye a sí mismo como centro. Todo es en su favor o en su contra, sólo ve aliados o enemigos (neurosis). O, aún peor, se vivencia en el epicentro de “importantes conspiraciones” contra él (psicosis). En fin, que se las arregla para fingir un universo perpetuamente referido a él (narcisismo).
Los desajustes se asocian, invariablemente, con una pérdida de la propia identidad: por diferentes motivos, no se acaba de acertar a ser quién uno es (en su edad, situación, vocación, etc.). Por eso se siente un “vacío” que no es más que vacío de sí mismo (pérdida de identidad) y vacío de realidad (se vive en un mundo falso y acolchado de prejuicios, que, por tanto, no llena).
Con ello, claro, se obtienen algunas ventajas secundarias: victimación, atención de los demás, inflación de la propia importancia (aunque sea por “estar enfermo”) y, sobretodo, vivir en un mundo que, al estar falseado o ser irreal, no compromete y en el que se puede culpar a los demás (o a la sociedad o a los padres…) a discreción, sin asumir responsabilidades, es decir, se puede seguir siendo, ficticiamente, un niño. En el fondo, de lo que se huye es de la propia libertad y madurez.
A pesar de la confusión terminológica reinante en las psicologías, trataré de decir algo sobre las dos formas más comunes de desestructuración: neurosis y psicosis, cuya diferencia es, para muchos, sólo una cuestión de grado. Y consideraré otros cuadros (depresión, fobias, paranoia…) como síntomas derivados de aquellas.
Neurosis
Es posiblemente el término más empleado en psicopatología, y lo es porque nadie sabe muy bien lo que significa. Grosso modo, podríamos decir que el neurótico sufre porque no vivencia adecuadamente su realidad afectiva, social o emocional debido a que carece de una identidad clara y viable. No sabe quién es, y, por eso, muchas veces juega a buscarse en los estereotipos sociales que adopta de manera rígida e impostada, pero que son incapaces de satisfacerle, debido a que su deseo es desproporcionado, fantaseado e incolmable. Necesita la aprobación de los demás, que rígidamente prefiere sobre su propio criterio (por eso decimos que carece de identidad definida).
Psicosis
Es otro gran cajón desastre donde cabe todo lo que el “profano” llamaría locura en sentido fuerte. Normalmente se identifica también con el grupo de las esquizofrenias. En la psicosis se sufre una pérdida de identidad aún mayor que en la neurosis. Si el neurótico no sabe quién es, el psicótico va más allá y se cree quién no es (Cristo, Buda, Napoleón…). En la neurosis se tienen “alucinaciones afectivas o emocionales”, pero es en la psicosis cuando llegan las verdaderas alucinaciones perceptivas. Así, el psicótico construye su realidad sobre presupuestos absurdos para los demás. La psicosis es, en definitiva, una huida de un mundo real invivible hacia otro irreal, pero soportable.
Rafael Millán