Autenticidad. El corazón de la terapia.
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No somos médicos, somos humanos. No tratamos cuerpos sino personas, por eso lo más importante no es la técnica. Sino lo que ocurre a los márgenes de la técnica, que es el centro mismo de la experiencia humana. Lo que ocurre en la hondura, en el ser.
A veces tengo la sensación de que la terapia va de eso. De ser o, más bien, de dejarse ser lo más auténtica e intensamente posible. Ese es el trabajo del psicólogo.
Parafraseando al Tao Te King: “No hay que hacer nada, pero nada queda sin hacer”. Por eso la terapia más que un hacer (que no hay que hacer) es un ser.
Y ser es ser contigo.
Ser para el otro y desde la relación con el otro. Ser es estar al servicio, ser en la entrega.
Sin amor no hay terapia. Así de fácil. Y el amor es apertura y acogida, comprensión y confianza.
De tal manera que el peor terapeuta es el que está cerrado en sí mismo (ensimismado), y el mejor es que está abierto al otro y al Otro (entusiasmado).
La terapia exige exponerse totalmente a uno mismo, sin trampa ni cartón, a pecho descubierto. No hay asepsia sanitaria que valga. Hay que remangarse y pringarse el alma.
El terapeuta amplía su corazón para acoger al otro, sin juicio ni crítica. Sino contemplándole en su verdadera autenticidad. Y eso es amor.
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