Autenticidad. El Corazón de la terapia

Autenticidad. El corazón de la terapia.

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No somos médicos, somos humanos. No tratamos cuerpos sino personas, por eso lo más importante no es la técnica. Sino lo que ocurre a los márgenes de la técnica, que es el centro mismo de la experiencia humana. Lo que ocurre en la hondura, en el ser.

A veces tengo la sensación de que la terapia va de eso. De ser o, más bien, de dejarse ser lo más auténtica e intensamente posible. Ese es el trabajo del psicólogo.

Parafraseando al Tao Te King: “No hay que hacer nada, pero nada queda sin hacer”. Por eso la terapia más que un hacer (que no hay que hacer) es un ser.

Y ser es ser contigo.

Ser para el otro y desde la relación con el otro. Ser es estar al servicio, ser en la entrega.

Sin amor no hay terapia. Así de fácil. Y el amor es apertura y acogida, comprensión y confianza.

De tal manera que el peor terapeuta es el que está cerrado en sí mismo (ensimismado), y el mejor es que está abierto al otro y al Otro (entusiasmado).

La terapia exige exponerse totalmente a uno mismo, sin trampa ni cartón, a pecho descubierto. No hay asepsia sanitaria que valga. Hay que remangarse y pringarse el alma.

El terapeuta amplía su corazón para acoger al otro, sin juicio ni crítica. Sino contemplándole en su verdadera autenticidad. Y eso es amor.

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autenticidadSer y estar.

Eso es todo lo que podemos hacer. Y no es poco. Centrarse en el tiempo y el espacio donde ocurre lo que está ocurriendo. Ser presente. Eso es la terapia: “estar ahí” o, aún mejor, “ser ahí”.

Como ahora está de moda decir: presencia plena y atención consciente. Más en concreto: presencia plena en uno mismo y atención consciente en el otro. “Ser ahí” y “ser contigo”. No hay más.

Parece lo más sencillo precisamente porque es lo más difícil. No vale cualquier forma de ser, sobre todo no vale ser a medias, sino que hay que ser de verdad, plenamente y de una pieza.

Si hubiera una verdadera escuela de terapeutas sólo debería hacer una asignatura: ser. Pero ser de verdad.

¿Y cómo se “es”? La gracia es que no se puede dejar de ser. Aunque casi nadie es en plenitud.

Tampoco hay manera de enseñar a ser. Sólo se puede enseñar a ser “algo”. Pero no se trata de ser algo (“psicoanalista”, “conductista”, “humanista”…) sino de ser lo que se es.

O mejor, de ser “nada” (para poder serlo todo según el paciente lo vaya necesitando en cada fase de la terapia…).
Ser.

Ser es ser auténtico. Sino sería un no-ser, un parecer (y esa es una de las fuentes de patología).

Ser auténtico es ser honestamente lo que se es, sin artificios ni imposturas, de tú a tú, de corazón a corazón, a tumba abierta.

Esa es la única forma de ser. Y de ser terapeuta. Y es la condición básica de la terapia.

Llamémoslo humildad.

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autenticidad2Ser es ser humilde.

Para mí, lo más difícil de mi práctica (y de lo que más aprendo) es justo eso. Aprender a abrirme de verdad (y humildemente) al otro. Ser para él.

Y, paradójicamente, para ser tengo que dejar de ser, quitarme a mí mismo de en medio, suspender mis prejuicios y mis opiniones personales para darle el espacio al otro (para eso viene y lo paga).

Apartar todo mi mundo psíquico para que pase lo que tenga que pasar, para que (por decirlo así) el ser se manifieste.

Eso es ser terapeuta, “prestar el alma” (más bien alquilarla :D), devenir receptáculo puro de la interioridad del otro. Desaparecer uno para que el otro aparezca. Aún más: desaparecer uno para que el Uno aparezca.

En una frase del genial Jung: “Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas. Pero a la hora de tocar un alma humana sea apenas otra alma humana”.

La tradición sapiencial del sufismo (como la del vedanta advaita) dice “no puede haber dos”, o estoy yo o está Él.

Y es justo eso. Se trata de dejar de ser para que Él, el Ser que somos, el Ser Real pueda Ser. Y para eso tengo que ponerme a mi mismo y a todo mi mundo psíquico entre paréntesis. Si yo no soy, Él es. No hay dos

Y si esto se hace bien, no hay espacio para la mentira ni para la falsedad, no hay espacio para el no-ser. Las máscaras van cayendo, poco a poco, por su propio peso. Hasta que sólo quedamos tú y yo. Escuetamente. Hasta que sólo queda lo que queda. Lo que es.

Al hilo del Ser o del Uno (que no es dos) la verdad va emergiendo, saliendo a la superficie, brillando sobre la oscuridad, la unidad vence a la multiplicidad y la consciencia al inconsciente.

Siempre en medio de tremendos dolores de parto.

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paradojaLa consulta como la sala de partos tiene que ser un espacio de acogida sincera y de seguridad cuasi absoluta que, tal vez, me atrevería a llamar sagrado.

Y a quien se pare (como sueñan realmente algunos pacientes) es a uno mismo, a una versión más madura de uno mismo. Se alumbra el ser que ya se es. Eso es parir, dejar paso a un ser para que sea otro. Un nuevo ser. Que soy yo. O que soy más yo.

Este venir siendo cada vez más auténtico y más real, dejando atrás las mentiras y los engaños que nos hacíamos a nosotros mismos, eso es crecer. Y crecer es ser plenamente lo que uno es, ganar de nuevo la propia identidad.

Porque ser es ser maduro. Sino estamos a medio hacer, o a medio ser.

El ser es siempre paradójico. Y la terapia puede ser el rito de paso que concreta esa paradoja: hay que dejar de ser yo para ser más yo.

Morir y renacer.

Y ese es el objetivo de la terapia, que el paciente vuelva a ser quien es. O sea, devolverle el ser. Pero eso no la hace el terapeuta, sino que lo facilita o lo cataliza estando él mismo al servicio del Ser, al servicio de la Profundidad.

Ser es ser al servicio. A Su Servicio.

Ser es ser al servicio del Ser.

Humildemente.

Y desde ahí, y sólo desde ahí cada cosa se pone, naturalmente, en su sitio.

Todo vuelve a su ser. Todo vuelve a ser. El todo (que ya somos) vuelve al ser (que ya se es).

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