Escribir cartas, u otros ejercicios como éste, pueden ser muy útiles para entrar en contacto o en relación con partes de nosotros mismos a las que habitualmente no miramos. Como terapeuta, lo que más me interesa es entrar en contacto con lo más auténtico, con lo que haya de verdadero dentro de nosotros mismos para, desde ahí, poder empezar a construir. De hecho, hago este ejercicio tan pronto como puedo con la mayoría de mis pacientes, buscando esa primera piedra, ese cimiento de verdad personal sobre el que podamos empezar a construir una identidad válida sin riesgo de derrumbe posterior.
Como terapeuta me interesa entrar en contacto con lo auténtico para, desde ahí, empezar a construir sin caer en «arenas movedizas».
Otra posibilidad, sobre todo para los creyentes, consiste en escribirle a Dios, o a la concepción que tenga cada uno del Absoluto. La idea es entrar en contacto con aquello a lo que no podemos engañar ni con lo que no podemos hacer extraños juegos porque ya lo sabe todo de nosotros mismos. Por supuesto, puede hacerse incluso con ateos; esto suele poner de manifiesto los mecanismos de autoengaño, los dobleces, los prejuicios y las mentiras que esa instancia omnisapiente (Dios) sabe de nosotros, queramos o no, y ante la que no podemos ocultarnos. A veces así salen a flote contenidos ocultos que, de otro modo, hubieran tardado más tiempo en emerger.
No es necesario decir que este ejercicio no debe hacerse con personalidades muy desestructuradas o con tendencias paranoides, pero, fuera de eso, es un ejercicio sano para todo el mundo, especialmente para aquéllos que no acaban de sentirse plenamente conectados consigo mismos.
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