Para mí, como psicólogo, ha sido muy importante darme cuenta de que (al menos en los casos que he tratado tanto online como en mi consulta de Madrid) la ansiedad no se presenta como un cuadro clínico “estándar” (a la manera de una enfermedad médica) sino que es distinta en cada persona y que requiere un tratamiento personalizado, único para cada caso. Y vienen tantos casos, que al final muchos nos estamos convirtiendo en auténticos especialistas en la ansiedad. Si bien, como veremos, no existe una especialización en ansiedad, porque la ansiedad sólo es el síntoma, el fondo siempre es otro.
También he descubierto que, en general, los diagnósticos clásicos de “trastorno de ansiedad”, “ataque de pánico”, “ansiedad generalizada”, etc. no terminan de ser útiles para resolver el problema, sino que, muy al contrario, se convierten en un obstáculo que puede bloquear el proceso, ya que al final, el diagnóstico acaba cristalizando, enquistándose, por decirlo así, y generando una pseudo-identidad de enfermo o de víctima que normalmente es lo primero que hay que desmontar.
Si para un médico es cierto que no hay enfermedades sino enfermos, mucho más lo es para un psicólogo. La ansiedad es diferente de una persona a otra y de una situación a otra, y el psicólogo tiene que acertar a construir un modelo válido y un tratamiento adecuado para cada individuo concreto y en cada situación concreta. La terapia siempre tiene que ser personalizada. Y esto debería tenerlo en cuenta todo psicólogo.
Los pacientes normalmente empiezan explicando cómo se originó la ansiedad y cómo se manifiesta en el presente, de qué manera ha ido evolucionando y, lo que es más importante, cómo han descubierto que lo que “de verdad” les pasa es que tienen ansiedad. Es decir, utilizan la ansiedad como tarjeta de presentación.
Cuando les pregunto a qué atribuyen esa ansiedad, suelen desconcertarse ante la pregunta y decirme que no lo saben. La tienen y punto, como el que tiene una úlcera o un tumor y nada pueden hacer al respecto. Pero, afortunadamente para ellos y para mí, esto no es así. La ansiedad es una perturbación emocional y sobre nuestras emociones sí que tenemos algún control. Sólo que el paciente no sabe cómo hacerlo. Por eso viene al psicólogo.
En seguida les explico que vamos a seguir un método especial. Y que tienen que comprender que en su mundo psíquico nada ocurre porque sí, sino que esa “ansiedad” aparentemente injustificada tiene una causa y un “mantenimiento” que la hace continuar presente. Y que en seguida lo descubriremos. Es más, será él mismo (con mi ayuda) quien vaya intentando desentrañar el sentido de su propia ansiedad. Para que luego podamos diseñar juntos la mejor estrategia para enfrentarnos a ella.
Normalmente el proceso no es muy largo, basta una breve revisión biográfica para aislar la grieta o la falla del carácter por la que “se han colado” los síntomas. Y así empezar a entender por qué está ahí esa ansiedad y a barruntar qué hay que hacer para taponar la grieta, es decir, para combatir la ansiedad.
Para alcanzar este primer objetivo, no suelo necesitar más de tres o cuatro sesiones (aunque, por supuesto, esto es muy variable). Lo más importante, sobre todo en estas primeras sesiones, es escuchar sin prejuicios y sin “contaminar” al paciente con las ideas preconcebidas del terapeuta. Siempre hay que mostrar el máximo respeto a cada paciente, tanto a él como a su particular manera de vivir el mundo y sus problemas.
Digámoslo de otro modo, en un primer momento, es el psicólogo el que tiene que aprender del paciente y no al revés. Y lo que tiene que aprender es cuáles son sus focos de problematicidad y cómo intervenir en ellos de la manera más adecuada. Luego, contando ya con toda la información, habrá que abordar adecuadamente al caso y siempre en estrecha colaboración entre el psicólogo y el paciente, que es el que de verdad sabe lo que le pasa y, en el fondo, sabe hasta cómo superarlo.
Por supuesto, me cuido muy mucho de caer en el error de algunos “profesionales”, que parecen saber mejor que el propio paciente cuál es su problema y, muchas veces, ni si quiera lo escuchan, sino que, en cuanto huelen la “ansiedad”, en seguida se lanzan a hacerle pasar por el aro de su técnica favorita, así “a pelo”. Pero eso es tratar a los pacientes como piezas o como máquinas iguales que requieren de un tratamiento estándar, y no como seres únicos con una problemática única, es decir, como personas libres (aunque de momento no lo sean).
Me tomo la libertad de señalar que ésta es una técnica terapéutica nefasta y tiene su origen en la falsa creencia de que los problemas psicológicos hay que tratarlos de la misma manera que los orgánicos. Tradicionalmente ha habido un cierto “complejo de inferioridad” entre los psicólogos cuando se comparan con los médicos o con otros “científicos” de “ciencias duras”. Y como un neurótico acomplejado, la psicología ha intentado copiar los métodos y las formas de la medicina o de la psiquiatría, en donde poco importa comprender a la persona para operar una apendicitis o unas cataratas.
Pero en psicología no ocurre así, sino justo lo contrario, sólo escuchando realmente (e incluso amorosamente) a nuestros pacientes, podemos llegar a entender qué es lo que está pasando en cada caso. Y sólo así podremos intervenir con acierto sin sentirnos perdidos o desbordados. Lo que desde luego no vale es dar tratamientos en serie a problemas en serie. Insisto, en psicología todo caso es caso único.
La terapia consiste precisamente en abrir un espacio en el que una persona pueda llegar a comprender y a vivir su propia verdad personal, original e intransferible. Es decir, a encontrar y asentar su identidad real, de tal forma que pueda empezar a sentirse completo. Y en este proceso de poco ayudan los test, las estadísticas, los diagnósticos, los tratamientos estándar, etc. que pueden ser muy útiles para otros fines, pero no para ayudar a las personas a ser más plenamente ellas mismas.
Volviendo al tema de la ansiedad. Si se escucha verdaderamente a la persona que se tiene delante, suele ocurrir que en muy pocas sesiones, a veces incluso en la primera, queda más o menos claro dónde está el problema, cómo se ha ido gestando y cuál sería la mejor manera de enfrentarlo. En mi próximo artículo expondré claramente cuáles han sido, en la mayoría de mis casos, y por experiencia propia, los tipos de problemas que traían los pacientes con ansiedad y el modo de intervenir en ellos. Muchas gracias por la lectura de este artículo.
Que gusto leer el respeto con el que hablas del paciente. Yo he padecido ansiedad por un tiempo y entiendo lo que es acudir a un psicólogo para el que eres un «ansioso más» al que tratar con una fórmula que en el mejor de los casos funciona a medias porque no está pensada para ti.
El camino recorrido para resolver la ansiedad y las heridas abiertas de las que manaba me llevó a comprenderme y ha desarrollar muchas ganas de servir de ayuda a los demás. Con estas premisas comencé el año pasado a estudiar psicología en la UNED y tras un año estoy profundamente desilusonada con la carrera, hasta el punto de no matricularme de ninguna asignatura este año (habiéndolo aprobado todo, el esfuerzo no es el problema). Habiendo buceado un buen rato por tu web me interesa tu opinión, ¿Qué opininas de como se enseña psicología? ¿Crees que puede ser igual de válido un terapeuta que no tenga la carrera de psicología?
Gracias por tu atención y disculpas si mi comentario está fuera de lugar.
Paula.
Muchas gracias Paula por tu comentario. Para mí la terapia es sobre todo un espacio de la persona que viene a mi (por eso me paga) y el psicólogo tiene que respetarlo totalmente y ajustarse a las necesidades de cada persona. En mi experiencia cada caso de ansiedad es diferente y me cuesta entender los tratamientos y terapias «standard» que no se basen, primero es escuchar y comprender a fondo a la persona.
Para mí lo importante para ser terapeuta es tener un camino de desarrollo personal, conocer y manejar varias escuelas, saber escuchar y ponerse realmente en el lugar del otro y manejar referentes humanistas (incluso literatura e historia). La gran mayoría de eso no se aprende en la facultad que, al menos en España, se centra en una única escuela y no prepara específicamente para ser terapeuta (sino para otras formas de psicología, recursos humanos, educativa, etc.). Esto para mí es un handicap fuerte que difícilmente podrá superarse en pocos años.
Realmente es muy difícil encontrar un criterio para medir la capacidad de un terapeuta, tal vez, el único posible sea la satisfacción de sus pacientes, ya que otra cosa parte de presupuestos teóricos (y a veces sectarios) de escuela.
Tuve un profesor, Carmelo Monedero, de los que más aprendí en la faculta que decía, precisamente, que la carrera de psicología inhabilitaba específicamente para ser terapeuta ya que te metía tantos prejuicios en la cabeza sobre lo que un ser humano es que no te dejaba ver la realidad ni escuchar de manera abierta y empática. Un «hombre de la calle» tomado al azar será mejor psicólogo -decía Monedero- que un estudiante de primero que, a su vez, será mejor que uno de quinto, que ya no es capaz de ver lo que tiene delante sino lo que «se supone, según su escuela y su filtro» que tiene que ver.
Yo no sé si llego a tanto. Lo que quiero decir con esto es que lo importante para ser terapeuta, por desgracia, no se aprende en la facultad. Aunque tampoco creo que tener la carrera sea tan negativo como, ironizando un poco opinaba Carmelo.
Bendiciones y gracias.