No quiero hablar desde una perspectiva psicológica (elaboración del dolor, significado de la muerte en la propia vida, etc.) ni frivolizar con un asunto tan serio. Tal vez, el más serio posible, casi absoluto. Simplemente quiero hacer unos apuntes a la pregunta filosófica ¿hay alguna clase de existencia que supere la vida en esta tierra, a ser posible, dotándola de un sentido? ¿Sobrevivimos a este extraño viaje o no somos más que una máquina que, al final, se rompe?
La muerte no es un instante puntual sino un proceso que resulta imposible precisar, hasta el punto de que los hospitales han desarrollado complejos protocolos para determinarla (además pueden morir “partes”: células y órganos, incluso zonas cerebrales aisladas…). El problema es que no sabemos muy bien lo que somos, cuál es nuestra “esencia” humana (aunque no me guste esa palabra). Y como no sabemos exactamente qué somos, tampoco sabemos exactamente cuándo morimos. Digamos que el ser humano es una incógnita para sí mismo, y la muerte es el motor que le impulsa a resolverla.
Lo que es innegable es que somos finitos pero en todas las culturas y épocas (con la única y anómala excepción del moderno occidente) ha habido un acuerdo universal en un punto: esa finitud no es “todo lo que hay”, si no que el fin de esta vida es, más bien, el principio de otra cosa. Bien sea alguna forma de reencarnación o de vida eterna, hasta soluciones más místicas en las que el “alma” regresa a la totalidad a la que pertenece, como una gota de agua un momento separada del océano en una ilusión de existencia individual.
Aparte de las religiones y de las místicas, la postura actual más extendida es la mal llamada escéptica. Y digo “mal llamada” porque creer que no hay nada después de la vida no es más que otra forma de creer en algo y, además, en contra de muchos indicios. Una postura escéptica real sería mucho más amplia en sus concepciones y desde luego nada tajante.
Un argumento típico del mal-escéptico sería por ejemplo el ya clásico “nadie ha vuelto para contarlo”. Pero es un argumento trampa, ya que nadie “ha vuelto” tampoco para contar que no hay nada. Además nunca podremos estar científicamente seguros de que “nadie ha vuelto”.
Estos escépticos (dominantes en los medios de comunicación y en las llamadas ciencias humanas) suelen partir de una cosmovisión obsoleta: el materialismo mecanicista, en la que toda la realidad queda reducida a una especie de gran mecano. A veces llamada visión cartesiana-newtoniana porque concibe todo el universo según las leyes de la mecánica de Newton (ideales para problemas de poleas y planos inclinados pero insuficientes, y hasta ridículas, para fundar toda una cosmovisión).
Existe también una versión biologicista muy extendida y que nace del mismo error de dar a una ciencia concreta un valor de verdad absoluta. Lo cual es epistemológicamente imposible. Y más porque una ciencia concreta no puede decir “verdades”. El ámbito de la verdad, incluso dilucidar qué sea el concepto mismo de verdad, corresponde sólo a la filosofía, reuniendo, entre otros, datos los de las propias ciencias (ya que la filosofía ha de ocuparse y nutrirse de todos los saberes y disciplinas, si no es parcial y no sirve).
Hoy en día, no sabemos cómo es la realidad, pero lo que sí sabemos seguro es que NO ES un gran mecanismo (o un gran organismo biológico). La realidad se parece más a una gran idea (pautas o patrones de información) que a una gran roca. La materia es otra forma de energía y las dimensiones se multiplican hasta 26 en algunas hipótesis de la nueva física.
Superar las limitaciones mecanicistas no es nada muy estrambótico, ya hoy se pueden reproducir escenarios que parecen reales (en videojuegos o películas tipo matrix, por ejemplo) que no son más que ecuaciones en la memoria de un ordenador, es decir, ideas, plenamente intangibles que, combinadas adecuadamente, generan la ilusión de un completo mundo tridimensional. Desde esa perspectiva la idea de la supervivencia a la muerte física deja de resultar descabellada y, según se mire, se vuelve casi necesaria.
Aparte de las respuestas culturales que cada época y grupo humano al problema de la muerte (en sus vertientes psicológicas, escatológicas, etc.), hay, por extraño que pueda parecer, experimentación y registro de casos (incluso en hospitales y universidades) que parecen apuntar a la hipótesis de la pervivencia. Me refiero a la documentación continua de fenómenos de ECMs (experiencias cercanas a la muerte), regresiones, mediumidad, contactos postmortem de algún tipo… Se intenta incluso fundar una disciplina con pretensiones científicas: la tanatología.
La principal revolución, en este sentido, fue, sin duda, la publicación de vida después de la vida del médico Raymond Moody. Moody profundiza en las ECM o Experiencias Cercanas a la Muerte (salir del cuerpo, ver un túnel y una luz, repaso de la propia vida, reencuentro con seres queridos ya fallecidos, etc.). Sobre el sentido real de estas experiencias podemos hacer muchas hipótesis, pero lo que nadie serio puede negar (a no ser que se hable desde la ignorancia) es que de hecho, se dan y se dan mucho. Hay incluso algunos hospitales que llevan registros de estos casos y tienen una unidad especial dedicada a ellos.
Y, por supuesto, no se trata de “falta de oxígeno en el cerebro” o pseudo-explicaciones parecidas. Se dan casos en los que el sujeto ha podido describir perfectamente lo que ocurría en lugares lejanos. Llegando incluso al caso recogido por la otra gran estudiosa del tema, Elisabeth Kubler-Ross, en el que un sujeto fue capaz de describir hasta las grecas de la corbata del médico que le atendía. Nada muy sorprendente, es cierto, si no se hubiera tratado de una persona ciega.
También quiero mencionar a Ian Stevenson, autor de un estudio con el sugerente título de 20 casos que sugieren fuertemente la idea de la reencarnación. Stevenson describe casos de niños que puede darle gran cantidad de detalles contrastables sobre sus “vidas pasadas”.
Resulta también sencillísimo encontrar estudios en universidades (regresiones, mediumidad, etc.) con los más variados resultados. Pueden consultarse, además, otros trabajos que abren otras posibilidades ampliando y precisando qué sea la memoria humana y si puede o no pervivir a la muerte cerebral (Rupert Sheldrake) e incluso la misma conciencia desde el punto de vista de la nueva física (Roger Penrose, Frijof Capra…).
En cualquier caso la pregunta no está cerrada, más bien, empieza a abrirse un nuevo horizonte de esperanza. Los datos están ahí, a la espera de cualquiera que se tome la molestia de investigar un poco antes de sacar conclusiones precipitadas. Algunas de las respuestas nos llevarán directamente a preguntarnos sobre el sentido total de la existencia en su conjunto y hasta la posibilidad de lo divino. Son preguntas ineludibles que hoy se desatienden. Pero lo cierto es que no se puede tener una vida plena sin encontrar unas respuestas válidas a estas cuestiones. Pero, eso sí, que sean respuestas informadas.
Rafael Millán
Bibliografía
Vida después de la vida, Raymond Moody
¿Hay vida después de la muerte? Varios autores, compilado por Ken Wilber
¿Hay vida después de la muerte? Robert Kastenbaum.