Terapia. Curación por la palabra.
Sufrimos porque estamos desajustados. Sufrimos porque no somos realistas y no sabemos desear con madurez: constantemente nos inventamos (y nos inventan) falsas necesidades, metas tramposas, pseudo-objetivos vitales y existenciales que, una de dos, o son imposibles (y, por tanto, frustrantes) o –peor aún–, se revelan absolutamente frustrantes si se tiene la “suerte” de conseguirlos. Pero cuánto tiempo pasamos, eso sí, fantaseando con ellos (dinero, sexo, belleza…), ¡sólo para hacernos sufrir ante su falta!
Sufrimos porque no hacemos lo que debemos, es decir, porque no practicamos el BIEN sino el MAL. Así, directa, simple y claramente. Y cuando hacemos el mal nos vemos obligados a diseñar y a sostener toda una serie de montajes, excusas y mecanismos de defensa (que son los síntomas patológicos) para tratar, en vano, de “escamotear” ante uno mismo y los demás ese mal propio que nos negamos a asumir: nadie puede aceptarse a sí mismo como malvado (a no ser que esté profundamente enfermo).
Sufrimos porque nuestra identidad, nuestro sistema de mundo y de valores, y nuestra cosmovisión no son coherentes. Carecer de una filosofía ordenada confunde y desorienta. Pero las “filosofías” de cada uno no están depuradas sino cosidas a retazos, recicladas a golpe de “slogans”, de modas y de vigencias pasajeras, es decir, repletas de contradicciones. Se necesita una forma orgánica y UNITARIA de entender el mundo porque –dice el maestro Cencillo– no se puede obedecer a dos señores; antes o después mandarán cosas opuestas.
Sufrimos porque huimos de la Verdad (el juicio propio y solitario en la intimidad radical de la conciencia) y nos dejamos configurar por el prejuicio, por las habladurías, por las modas y vigencias que nacen de intereses espurios de mercado, de empresa o de gobierno (todavía peor) y que nunca (por eso mismo, porque no están diseñados para ello), puede llegar a satisfacer realmente las necesidades psicológicas de nadie.
Sufrimos porque estamos siempre PERDIENDO EL TIEMPO EN LO TRIVIAL, enganchados a gratificaciones insustanciales debido a que no tenemos objetivos reales por lo que merezca la pena luchar. Y luego nos quejamos de que nuestras vidas carezcan de sentido.
Sufrimos, en fin, porque vivimos en una farsa, en un baile de máscaras hechas de dolor psíquico. En una mentira.
El resultado: depresiones, fobias, obsesiones, compulsiones, apegos infantiles, complejos, reacciones desmedidas e irracionales… Que no son más que intentos escapistas para huir de nosotros mismos (vano y doloroso intento). Y lo hacemos porque no nos respetamos (sino, no nos engañaríamos), porque NO NOS TOMAMOS EN SERIO a nosotros mismos ni a nuestro propio destino.
Hoy, todo lo serio y sustancial ABURRE (o ASUSTA) y todo lo trivial e insignificante DIVIERTE (pero es una diversión compulsiva y sufriente). Y el entretenimiento vacuo no puede, de ninguna manera, hacer una vida completa. Queremos ser niños viviendo en un algodón de azúcar, en un huevo de seguridad amniótica. Y eso no es realista. Seguimos siendo psíquicamente niños.
Pero cuando el proyecto de toda una vida es una NADA nos resentimos en la angustia del vacío. Y nadas son –para que quede claro–: el poder, el dinero, el sexo, los coches, los pisos, etc. Nada de eso satisface DE VERDAD (profundamente y a largo plazo) sino que, al contrario, genera, las más de las veces, enganches y adicciones (deseo incolmable lo llamó Lacan). Sin un proyecto real y humano (no egoísta), sencillamente, no se puede vivir bien.
Y precisamente para esto (madurar, superar el sufrimiento y reajustar la personalidad en lo real) es para lo que vale la TERAPIA. “Curarse” es disponer siempre de toda nuestra energía para dinamizarla creativamente en proyectos reales y maduros.
Lo difícil es encontrar un buen terapeuta: filántropo, experimentado y libre de escotomas propios. Lo que importa es, por cierto, la calidad personal del terapeuta y no su escuela-feudo. Aunque lo habitual es dejarse engañar por aprovechados y farsantes como, desgraciadamente, lo son la mayoría (esto es signo de los tiempos, ya nadie quiere ser un buen profesional [de lo que sea] sino, como mucho, parecerlo y cobrar por ello, siempre bajo la ley del “mínimo esfuerzo”). Hay que tener cuidado porque el mal terapeuta tratará de engancharnos “regalando nuestros oídos” y eso es reproducir la MENTIRA dolorosa de la que queremos liberarnos. Porque eso, y sólo eso, es lo que enferma: la M E N T I R A.