La consulta como la sala de partos tiene que ser un espacio de acogida sincera y de seguridad cuasi absoluta que, tal vez, me atrevería a llamar sagrado.
Y a quien se pare (como sueñan realmente algunos pacientes) es a uno mismo, a una versión más madura de uno mismo. Se alumbra el ser que ya se es. Eso es parir, dejar paso a un ser para que sea otro. Un nuevo ser. Que soy yo. O que soy más yo.
Este venir siendo cada vez más auténtico y más real, dejando atrás las mentiras y los engaños que nos hacíamos a nosotros mismos, eso es crecer. Y crecer es ser plenamente lo que uno es, ganar de nuevo la propia identidad.
Porque ser es ser maduro. Sino estamos a medio hacer, o a medio ser.
El ser es siempre paradójico. Y la terapia puede ser el rito de paso que concreta esa paradoja: hay que dejar de ser yo para ser más yo.
Morir y renacer.
Y ese es el objetivo de la terapia, que el paciente vuelva a ser quien es. O sea, devolverle el ser. Pero eso no la hace el terapeuta, sino que lo facilita o lo cataliza estando él mismo al servicio del Ser, al servicio de la Profundidad.
Ser es ser al servicio. A Su Servicio.
Ser es ser al servicio del Ser.
Humildemente.
Y desde ahí, y sólo desde ahí cada cosa se pone, naturalmente, en su sitio.
Todo vuelve a su ser. Todo vuelve a ser. El todo (que ya somos) vuelve al ser (que ya se es).