En el fondo, si consigues detener el juicio y la mente verbal, descubrirás vivencialmente que la gran mayoría de tus sentimientos (por no decir todos) no son buenos ni malos, sino que son sencillamente lo que son. “Bueno” o “malo” son etiquetas que tu mente les cuelga a posteriori, un instante después de que aparezcan, porque la mente tiene la ilusión de que categorizando y nombrando las cosas, es decir, metiéndolas en cajoncitos puede controlarlas.
Pero tus sentimientos no pueden guardarse ni disecarse. Durante la meditación procura no adulterar tus emociones poniéndoles palabras, es como meter una mariposa en un bote cerrado, si está mucho tiempo ahí acabarás por matarla. La mariposa tiene que volar y tus emociones profundas tienen que desplegarse. Ábreles espacio para ello, deja que ocurran sin oponerte.
Espera por lo menos un par de minutos simplemente sintiendo… sintiéndote… eso eres tú ahora, no hay otra cosa aquí más que tú… déjate pasar a través de ti mismo, no te juzgues, no te censures, sólo sé, vive, siente…
Hemos venido diciendo que eso que sientes, en el “centro”, eres tú mismo. Pero también podemos verlo justo al revés, desde una mirada un poco más impersonal. Eso que sientes en el centro mismo de tu alma no es más que La Vida, el Ser-siendo aquí y ahora, que se vive a través de ti, te recorre, te traspasa, y tú, lo único que tienes que hacer es intentar no estorbarle con tus pensamientos, con tus resistencias, con las pequeñas cosas de tu pequeño yo. Por un momento abre tu espacio interior a lo que sea que venga y deja que la vida se viva a sí misma a tu través. Si lo consigues plenamente será una experiencia maravillosa de la que saldrás completamente renovado, es como ser un cristal limpio a través del cual pasa la luz, pero es una luz refrescante y llena de vida.
Por un momento abre tu espacio interior a lo que sea que venga y deja que la vida se viva a sí misma a tu través.
Esta experiencia de la conexión puede entenderse en dos sentidos opuestos, de dentro a fuera o de fuera a dentro O, dicho de otro modo, según la miremos desde el polo del yo pequeño o desde el polo del yo grande. Es decir, podemos intentar “quitarnos de en medio” para dejar que aflore lo que hay o, al contrario, prestarnos plena atención a nosotros mismos hasta que el Yo grande lo ocupe todo. En el límite, las dos cosas son la misma ya que la paradoja sólo puede darse en la mente.
En el estado meditativo no hay contradicción, es más, desde ahí puede entenderse que no hay dentro ni fuera, que esas no son más que ideas, fronteras que pone nuestra mente para mantener la ilusión de que puede controlar algo (si no el afuera, al menos sí el adentro). Esa es la función de la mente, ya lo hemos dicho: separar, dividir, diseccionar, poner límites, trazar líneas y fronteras en la unidad irreductible y compleja de lo real. Pero existe un punto de unión donde el dentro y el fuera se desdibujan y pierden el sentido, donde confluyen. Y ese punto es paradójicamente lo único real, el núcleo de la vivencia que no es otra cosa que el “vivenciador” mismo. Podría entenderse metafóricamente como la cúspide, el punto de intersección exacto, donde se juntan los dos conos del adentro y el afuera, la interfase, es decir, el centro, el corazón, justo aquello con lo que queremos “conectar”.
Por supuesto este texto es el intento de describir con palabras algo que está más allá de la palabra. Sé que no puedo llegar ahí, pero al menos intento señalarlo, apuntar adonde está para que tú puedas ir allí a hacer tu propia experiencia. Puedo utilizar palabras como “soltar”, “dejar ser”, “no oponerse”, “no aferrarse”, etc. Pero, en el fondo, la vivencia (cualquier vivencia) no cabe en la palabra, es previa a ella, escapa al campo del lenguaje.
sólo se trata de respirar y de ser: dos cosas que, por suerte, nunca hemos dejado de hacer.
Pero al igual que soy plenamente consciente de que el estado de meditación no puede describirse también soy plenamente consciente de que mirado desde el punto de vista del Yo grande o del Absoluto es un estado que no puede perderse ni ganarse, que está siempre ahí, porque es el fondo de toda figura, la condición de posibilidad de toda experiencia. Ya lo decíamos antes, en realidad sólo se trata de respirar y de ser: dos cosas que, por suerte, nunca hemos dejado de hacer.
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