Más Sócrates y menos Freud
Por supuesto, el elemento psicológico conformará el grueso de la terapia. Pero ningún proceso quedará bien cerrado sin una fase “filosófica” o “humanista” que deje bien orientada a la persona y le dote de las herramientas necesarias para no recaer y para poder llevar una vida libre y autónoma. Es algo así como el último barniz que remata la terapia.
En la época clásica, la filosofía y la terapia no estaban tan separadas como en la actualidad. De hecho, pocas fórmulas me parecen más acertadas para definir terapia que la de algunos sofistas griegos:
“Curar los males del alma a través de la palabra”.
Pocas fórmulas me parecen más acertadas para definir terapia que la de algunos sofistas griegos: “curar los males del alma a través de la palabra”.
El terapeuta tiene que saber algo de filosofía, sobre todo tiene que manejar el arte de Sócrates, la mayéutica. Mayéutica significa literalmente “alumbrar” (en el sentido de asistencia al parto). El terapeuta debe ayudar a alumbrar lo que está dentro del paciente luchando por salir, debe aliarse con el proceso natural que se está desarrollando sin contaminarlo con su propias concepciones. Digamos que hay que tener limpias las pinzas antes de operar. La mayéutica es el arte de preguntar con neutralidad, sin sugerir la respuesta, sólo ayudando a la persona a ver más claro dentro de sí misma, a ir enfocando su problemática, a alumbrar su propia respuesta.
La mayeútica, junto a una actitud filosófica, nos serán útiles, especialmente; para esbozar las respuestas a las preguntas existenciales básicas. La actitud filosófica consiste en no ofrecer ninguna respuesta al paciente, sino en ayudarle a que él mismo encuentre las suyas y, como mucho, señalarle las contradicciones o falacias lógicas, si las hay, en su forma de ver las cosas.
Algunas de estas preguntas serán: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el mundo?¿Qué puedo hacer?¿Qué debo hacer?¿Cuál es el sentido de mi vida?
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