Todas las entradas de: Rafa Millan

Soy psicólogo con experiencia. Tengo una amplia formación en varias escuelas. Ejerzo en Madrid y Parque Coimbra. Además soy escritor, máster en filosofía y periodista, lo que me ayuda en mi práctica psicológica. Puedes consultar mi currículum en la sección "Quien Soy". Espero que disfrutes de esta web y que la encuentres útil.

Ansiedad y miedo a la muerte

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Estoy feliz. Mucha gente me ha pedido terapia desde que publiqué un pequeño artículo sobre ansiedad (que puedes leer aquí). Nunca había tenido una respuesta tan buena con un texto tan breve. ¡Gracias!

Y creo que la clave ha sido hablar (en la medida en la que soy capaz) con autenticidad, desde mi propia experiencia en consulta, más allá (o más acá) de enfoques de escuela o de la abstracción teórica. ¡Gracias otra vez a todos los que me habéis llamado!

Por supuesto, narcisismo obliga, al releer la entrada, no he podido evitar darle un pequeño retoque (dos palabras y tres comas). Y me ha sorprendido algo. Me faltaba mencionar un tema básico en lo que se refiere a la ansiedad: el miedo a la muerte. Así que he añadido un par de párrafos sobre ello, a los que me gustaría hacerle ahora, y con vuestro permiso, una pequeña glosa -al final no tan pequeña-.

Allá vamos. Muchos ataques de ansiedad provocan un malestar físico tan grande que la persona cree literalmente que se muere (normalmente de infarto) y acaba en las urgencias de algún hospital (donde la despacharán con un valium y una palmadita en la espalda, cuando no con una cita psiquiátrica).

En mi experiencia, este miedo a la muerte es sólo la capa superficial de otro miedo aún aún más profundo que se esconde debajo del primero. Y, ¿qué da más miedo que la muerte? Pues la vida. Hay miedo a la vida.

O, más exactamente, a que nos llegue la muerte sin experimentar la vida, sin haber empezado a vivir en serio, ya que (por todo lo que venimos exponiendo en los últimos artículos) la persona no ha sido capaz de cuajar su propia identidad y se “falsea”, vive una vida de imitación, de cartón piedra, un vida que es una no-vida, un sucedáneo de una existencia humana real.

Desde esta perspectiva, y en cierto sentido, el ataque de ansiedad es lo mejor que puede pasarnos. Porque nos indica que por algún sitio vamos (o “somos”) mal y que hay que planteárselo de otra manera. Normalmente la ansiedad aparece (como decíamos en el otro artículo) cuando vivimos de manera infantil o adolescente algo que ya toca encarar como un adulto. Y el “sistema” nos avisa a través del síntoma, que es como la luz roja que indica que algo falla en el motor.

Pero, ojo, no hay que enfadarse con la luz roja sino parar la marcha, arremangarse y reparar el motor. Quitar el led o taparlo con un esparadrapo (como hacen ciertas terapias de moda) es lo peor que se puede hacer. Porque el problema sigue igual y acabará aflorando por otro sitio. Y será peor.

En otras palabras el ataque de ansiedad es el grito de alarma de una parte sana de nosotros mismos que no quiere morir de una sobredosis de inmadurez (o de inautenticcidad) que son los peores venenos para el alma.

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Trastorno de la última asignatura

ultima-asignatura¿Por qué a tanta gente le queda la última asignatura?

El síntoma psicológico en su paradoja es la prueba clara de que existen dos modos o dos procesos diferentes en convivencia antagónica, lo que tradicionalmente se ha llamado consciente e inconsciente. El síntoma aparece cuando consciente e inconsciente se descarrían y, como los caballos del auriga de Platón, les da por ir a cada uno por su lado.

En este sentido, todos llevamos al menos una doble vida, ya que nuestro vivir inconsciente es capaz de perseguir objetivos y programar medios para conseguir lo que quiere a espaldas de “nosotros mismos”.

Y esa es la forma más fácil de reconocer el síntoma, porque parece querer una cosa haciendo exactamente lo contrario.

Yo lo llamo, siguiendo a los clásicos, carácter transaccional del síntoma: la persona intenta llegar a un acuerdo imposible consigo misma o “transacción” (que, aunque no siempre, suele traducirse en la práctica como: “hacer lo que quieren mis padres haciendo exactamente lo contrario”).

Este carácter contrastante del síntoma se manifiesta también en la vida onírica y en la fantasía, lo que confirma la tesis de que tanto el síntoma como el sueño pertenecen al mismo ámbito psíquico al que, por tradición, llamamos inconsciente.

Aunque “el inconsciente” no es algo estático sino vivo y no es un “lugar” o una “parte del cerebro” sino otro modo de ser que corre junto a nuestra vida racional y consciente. Y que, a pesar del nombre, puede, en gran parte devenir consciente.

En los sueños continuamente aparecen opuestos que coinciden en un mismo símbolo u onirema. Por ejemplo, algo viejo aparece como joven o algo grande como pequeño y, muchas veces, algo es a la vez una cosa y su contraria: incluso una persona puede ser otra a un mismo tiempo. Y normalmente ese contraste o esa contradicción es la clave del sueño y de la terapia.

La situación del neurótico (como la del sueño) es imposible. La neurosis es un cortocircuito emocional en toda regla. El síntoma quiere satisfacer a todos a la vez, ser él mismo siendo lo contrario. Es una negociación en la que todas las partes pierden y ganan a un mismo tiempo.

Alguien puede, por ejemplo, estudiar Derecho pero faltando a todas las clases, sin saber por qué. De esa manera hace como si fuera un adulto autónomo mientras sigue siendo un niño dependiente.

Otro puede autosabotearse el éxito en cualquier ámbito. O dar con parejas que le impidan crecer o que no están realmente disponibles, así ni están en pareja ni no lo están. Siguiendo esta reflexión el síntoma máximo sería el del pobre gato de Schrödinger que está vivo y muerto a un mismo tiempo. ¡Vaya un neurótico!

Normalmente nosotros no llegamos a tanto como el paradójico felino cuántico. Y la contradicción básica con la que se debaten los neuróticos actuales es que son adultos/niños.

Uno de las manifestaciones clásicas de esta neurosis de nuestro tiempo es la que yo llamo el “mal o trastorno de la última asignatura”. Es decir, personas que se quedaron a unos pocos (o incluso un solo) examen de acabar la carrera. Conozco muchísimos casos.

Este “trastorno” suele deberse a un ambiente emocional enrarecido en el que los padres les han inoculado la idea de que nunca conseguirán triunfar o de que son unos inútiles. Quedándose a una sola asignatura consiguen la cuadratura del círculo: dan la razón al padre, a la vez que demuestran que si hubieran querido, habrían acabado la carrera. O sea, una cosa y la contraria.

No está de más aclarar que cuando la desproporción entre medios y fines es tan clara, tirar todo el esfuerzo de años por no dar un último empujón, es señal inequívoca de que hay un complejo neurótico de algún tipo y de que hay interferencias inconscientes que hay que analizar.

También puede darse (aunque es un caso de lo anterior) que la persona deje los estudios cuando está justo a punto de conseguir lo que quería (un doctorado, o un máster) que le iguala (o le hace superar) el nivel académico del padre o de la madre.

Pero no puede hacerlo, se “bloquea” porque eso sería dejar de ser “hijo” menor que ellos. Y adquirir la responsabilidad adulta de la que el neurótico huye como la peste. Y se bloquea aunque le vaya la vida en ello. (Al final sí que somos un poco como ese muerto viviente que es el gato de Schrödinger).

Así podríamos decir que uno de los elementos más habituales de la neurosis (que en cierto grado todos tenemos hoy en día) es que es un intento (frustrado) de adquirir la propia identidad sin renunciar a la que le fue asignada “por defecto” en la primera infancia.

Se trata de ser un rebelde adolescente siendo el perfecto niño bueno.

Seguiremos sobre ello.

Fobia. La belleza del insecto

fobia insectos¿De qué es de lo que huye el paciente? De la realidad. ¿Y dónde se esconde? En el síntoma.

Pero es un escondite vano porque la realidad no se puede escamotear. El síntoma es a la vez el refugio y la grieta por la que se cuela la realidad. Aún más siniestra y terrible que al principio.

Por eso el síntoma sabe a paradoja y sabe a “irrealidad”. Y aunque nunca es un montaje consciente, sí que es cierto que, de alguna manera, el síntoma es un paripé, un “teatro mental”, un “truco de ilusionismo psicológico” del que somos a la vez víctimas y verdugos.

Por supuesto, nadie se autoengaña a propósito. No es eso. Sino que somos víctimas (junto a todo nuestro entorno) de una trampa que nos hemos tendido a nosotros mismos, una trampa tan astuta y bien diseñada que ni sospechamos de ella.

En la terapia hay que intentar desmontar la trampa. La terapia es una ducha fría de realidad, una luz que ilumina la oscuridad psíquica, un mapa que nos enseñe el camino, el manual de “ilusionismo” que nos ayude a “pillarnos” el truco que, inconscientemente, nos estamos haciendo.

En otras palabras, la terapia es un encuentro con aquello que no se ha podido digerir porque estaba “crudo” o era “venenoso”. Y el terapeuta es el cocinero que ayuda al paciente a elaborar su realidad al calor de la relación terapéutica para hacérsela masticable, para que pueda metabolizar aquello que teme y que rechaza e incorporarlo a su vida anímica.

El paciente, en algún aspecto, es como un niño y necesita que alguien le prepare una “papilla” emocional. Más tarde, podrá digerir alimentos sólidos e incluso prepararlos para otros.

Os cuento un sueño en el que se ve claramente la gestación del síntoma como un pedazo indigesto de realidad que el paciente no podía “tragar”, en este caso porque el padre tampoco podía.

Una nota: esa metáfora, la de “tragar” o comer, es muy habitual en los sueños con el significado de incorporar algo al mundo anímico, es muy importante ver quién nos los ha cocinado, con que ingredientes, etc. El alimento del cuerpo es una muy buena analogía de la nutrición del alma. No sólo de pan vive el hombre.

Se trata de un sueño de infancia relatado por un hombre joven en una de las primeras sesiones conmigo. Lo transcribo de memoria.

El paciente, niño, está en el asiento trasero del coche de su padre. De repente unos insectos enormes como puños se pegan por fuera de la ventanilla. El soñante se asusta y le pregunta al padre (que va al volante) qué son esos bichos asquerosos. Pero el padre no los ve.

Al final, después de cierta lucha, el hijo consigue hacérselo ver. Entonces el padre abre una de las ventanillas y coge uno de los insectos y se lo muestra al hijo mientras le acaricia como si fuera un peluche o una mascota, intentando convencerle de que es algo bello e inofensivo. Pero cuanto más lo acaricia más grande y repugnante se vuelve el bicho. Hasta que el paciente despierta muerto de miedo.

fobiainsectos3Este sueño es una clase magistral de psicología. Habla por sí mismo, casi no necesita interpretación. Y muestra una vez la importancia capital del análisis onírico para la terapia y para la vida.

Lo primero que se ve claro es que los síntomas del pacientes (entre otros una fobia a los insectos) tienen su origen en la incapacidad del padre para ver los elementos negativos, las aristas duras de lo real.

El discurso del padre es carente (“castrado” dirían los clásicos). Hay algo, “ahí fuera” que no puede explicarle al hijo. Algo terrible y repugnante que, muy posiblemente, ni si quiera él mismo puede reconocer (ni digerir).

Y el silencio, como una rasgadura en la tela del discurso, es como el vacío: inconcebible para el mundo psíquico. Por eso donde hay silencio, reinan los monstruos.

El sueño muestra como el padre intenta superar su propio silencio, es decir, su propia incapacidad de aceptar esos “insectos” mirando para otro lado, haciendo como que no existe o que no pasa nada. O aún peor: colándolo como algo bueno y agradable. Pero es imposible. No hay mejor manera de hacer que lo malo se vuelva terrible que intentar minimizarlo.

Algunas de las cosas que vimos en terapia que el padre “negaba” al hijo y escamoteaba de la realidad era el mal, la muerte y el sufrimiento. El padre quería pintarle al hijo un mundo donde nada de esto ocurría. Pero el niño (no por ello idiota) se daba perfecta cuenta de la existencia de estas realidades y necesitaba una explicación, una forma de bregar y dialogar con ellas. Una forma de “digerirlas”.

El hecho de que el padre las ocultara o las maquillara sólo hacía que esta persona tuviera aún más miedo. Lo que le convirtió (y por eso vino a terapia) en una especie de fóbico profesional que tenía miedo, literalmente, incluso de matar una mosca. Y ese miedo le bloqueaba y el padre “amantísimo” lo hacía todo por él. Incluso matar las moscas, ¡ni eso le dejaba hacer al hijo!

El fracaso del padre, en este caso, es que no supo darle lo esencial, una cosmovisión válida y completa para el hijo. En lugar de eso le entregó una tela con agujeros, incapaz de soportar el peso de una vida humana completa sin romperse.

Este sueño tienen otros elementos curiosos que son bastante universales. El coche del padre como ambiente de protección en donde el paciente se siente seguro (siempre que el “fuera” terrible no venga a invadirlo). El padre como conductor del mundo de la infancia, etc.

Por ahora nos quedamos aquí. Y aprendemos la lección:

Detrás del síntoma hay un pedazo de realidad indigesto, que, por el motivo que sea resulta insoportable para la paciente que antes de aceptar esa realidad inaceptable prefiere escaparse al síntoma. Aunque con ello pague el peaje de llevar una vida a medias.

Y una advertencia para padres: no intenten censurar la realidad en una presentación “ad usum delfinis”. Sino que, desde el cariño y el lenguaje apropiado, presenten la verdad al niño. Hablénle con naturalidad del dolor y la muerte, del sufrimiento y el esfuerzo, e incluso de sus propias dudas al respecto. No hagan de la vida un escenario amable de cartón piedra. Eso enloquece a los niños.

Por acabar, una nota curiosa sobre como se enfocó (en parte) esa terapia. El paciente, de una gran sensibilidad estética empezó a observar la belleza, alienígena de los insectos (reales y metafóricos) y así pudo ir más allá del miedo. E incorporar esa realidad (el sufrimiento, la muerte y los insectos) que, mirados desde cierto punto de vista, no dejan de tener una enorme (aunque dolorosa) belleza.

Por cierto que en cualquier síntoma, como se ve claro en estas fobias y en este sueño, lo que pasó fue que en algún momento el miedo ganó el pulso a la vida.

Y no se puede vivir con miedo.

¿Qué me pasa, Doctor?

psicologia inconscienteAunque no me gusta el término (de herencia biomédica) los “síntomas” psicológicos tienen una curiosa propiedad: siempre son paradójicos.

Es más, son síntomas precisamente por ser paradójicos, por romper con la lógica convencional. El síntoma es lo que no debería estar ahí pero sin embargo está. Y es esta ambivalencia lo que los define como síntomas.

La persona viene a terapia porque no se entiende a sí misma. Se vive en permanente contradicción. “Algo le pasa”, algo que escapa a su control consciente. Por eso “sabe” que lo que le pasa es psicológico.

Aunque parezca un juego de palabras: sabe que tiene un problema psicológico porque no sabe qué problema tiene o qué tipo de problema tiene. Es decir: tiene un problema con su inconsciente, sino no sería un problema psicológico sino de la vida.

Este es el motivo, dicho sea de paso, por el que la psicología terapéutica necesita postular el inconsciente para tener un ámbito propio, ya que no hay perturbación auténticamente psicológica si la persona sabe qué es lo que le pasa. Si todo queda en el ámbito de lo que tradicionalmente se ha llamado “consciente” no hay problema específicamente psicológico, sino de otro tipo.

Está claro. Si alguien no tiene trabajo o discute con su pareja lo que le tiene son problemas de la vida. Otra cosa es que no encuentre trabajo porque “algo” le bloquea o le sabotea a la hora de buscarlo o “algo” genere interferencias emocionales incontrolables a la hora de comunicar con su pareja.

La problemática específicamente psicológica sería ese “algo” inconsciente, y no la pareja y el trabajo que son ámbitos de la vida (que tienen elementos psicológicos, como todo lo humano, pero no son específicamente el problema psicológico a tratar que siempre es inconsciente).

La psicología moderna y la psiquiatría parecen haber olvidado esta evidencia y, por lo tanto, han perdido su identidad como saberes válidos (pero esa es otra historia y será tratada en otro momento).

Es decir, sólo hay “intervención” psicológica en la medida en que el inconsciente se ha desbordado más allá del control racional de la persona. Y en la medida en que la perturbación está más allá de lo que la persona se alcanza a ver a sí misma.

A ese “algo que me pasa”, la psiquiatría (desde una cierta pereza epistémica y teórica) lo llama erróneamente “enfermedad”. Alguien está “enfermo” porque, de algún modo, no es como debería ser. O como el médico cree que debería ser.

Y cometen esta burda confusión precisamente por no tener en cuenta el inconsciente. Que es lo que sale fuera de nuestra lógica racional, lo que no se comprende. Así que, en realidad, la psiquiatría llama “enfermedad” a lo que no comprende, a lo que sale de sus esquemas convencionales de escuela.

Si alguien “cumple el programa” tendría que ser feliz. Si no, es que algo no va bien. ¿Cómo se explica si no ese inquietante malestar anímico en una persona que “lo tiene todo”? Tiene que estar “enfermo”, ¡seguro!

inconscienteSin embargo el síntoma no es signo de enfermedad (como una pústula es signo de infección) excepto, tal vez, de una manera vagamente metafórica. Sino que el síntoma es ni más ni menos que la prueba de la complejidad humana y del difícil encaje entre los diferentes juegos y conflictos de opuestos dialécticos entre los que el hombre vive como un ser fronterizo.

El síntoma es eso, la resultante de los roces y contradicciones de la abigarrada dinámica de la vivencia humana, deslocalizada entre lo propio y lo ajeno, el dentro y el fuera, lo familiar y lo personal, lo consciente y lo consciente, lo individual y lo social.

Es esa desterritorización, ese vivir en una tierra de nadie en la que ni somos “sólo” individuos ni “sólo” sociedad sino el lugar en que el individuo se hace sociedad y la sociedad individuo (y lo consciente, inconsciente, y lo propio, ajeno, etc.), es esa cualidad fronteriza y relacional la que genera los desgarros y las ambivalencias propias de los síntomas.

En otras palabras, algo se ha cortocircuitado en la delicada danza de los opuestos donde todos vivimos más o menos enredados. Lo síntomas son la falla en medio de la complejidad, la fractura que pone de manifiesto que algo no va bien.

En términos clásicos lo que se falta es la unidad, la armonía del conjunto y el encaje dinámico de todas las piezas en una totalidad mayor que le dote de sentido. Y esos son problemas filosóficos o espirituales y no médicos.

El síntoma psicológico se analiza en los tubos de ensayo de la filosofía y de las humanidades. Y no en los del practicante ni en los del quirófano.

Y es que los problemas psicológicos no son enfermedades ni nada que se le parezca.

Seguiremos hablando de ello. Y concretando este discurso abstracto con casos concretos y reales. Permanezcan a la escucha. Y si quieres saber más, suscríbete a mi blog.

Muchas gracias por leerme.

Autenticidad. El Corazón de la terapia

Autenticidad. El corazón de la terapia.

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[Este artículo tiene 4 partes, para leerlo entero pulsa aquí, sino, dale a los número de abajo]

No somos médicos, somos humanos. No tratamos cuerpos sino personas, por eso lo más importante no es la técnica. Sino lo que ocurre a los márgenes de la técnica, que es el centro mismo de la experiencia humana. Lo que ocurre en la hondura, en el ser.

A veces tengo la sensación de que la terapia va de eso. De ser o, más bien, de dejarse ser lo más auténtica e intensamente posible. Ese es el trabajo del psicólogo.

Parafraseando al Tao Te King: “No hay que hacer nada, pero nada queda sin hacer”. Por eso la terapia más que un hacer (que no hay que hacer) es un ser.

Y ser es ser contigo.

Ser para el otro y desde la relación con el otro. Ser es estar al servicio, ser en la entrega.

Sin amor no hay terapia. Así de fácil. Y el amor es apertura y acogida, comprensión y confianza.

De tal manera que el peor terapeuta es el que está cerrado en sí mismo (ensimismado), y el mejor es que está abierto al otro y al Otro (entusiasmado).

La terapia exige exponerse totalmente a uno mismo, sin trampa ni cartón, a pecho descubierto. No hay asepsia sanitaria que valga. Hay que remangarse y pringarse el alma.

El terapeuta amplía su corazón para acoger al otro, sin juicio ni crítica. Sino contemplándole en su verdadera autenticidad. Y eso es amor.

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Psicología y Psicodelia

12106696_10208218633322521_4774260665412988783_nPsicología, Psicodelia, Terapia, enteógenos, sustancias psicoactivas y crítica a la psiquiatría…

¡En qué líos me meto! Os dejo una entrevista «impromptu», es decir, a traición y a bocajarro, que me hicieron los amigos de Candil Radio.

Aunque está mal que yo lo diga, parece que ha gustado mucho.

Espero no haberme pasado demasiado…

Aquí el audio:

 

Si queréis descargarlo, se puede desde este link: http://www.ivoox.com/8918502

Funciones de una terapia psicológica (1/3)

No hay normas ni reglas fijas, y cada caso es único, pero podemos enumerar algunas de las funciones más habituales de una terapia:

 

– Descarga emocional: poder liberarte de la angustia o la ansiedad compartiendo con una persona sensible y cualificada (y válida para ello) todo aquello que te preocupa, te pesa, te carga, te onera, te angustia… incluso aquello que te avergüenza, sabiendo que no vas a ser juzgado sino, al contrario, escuchado, aceptado y querido incondicionalmente (al menos en las primeras fases). Dicho de otro modo: ofrecer un espacio de seguridad donde poder ir depositando todo lo que necesites y sacando a la luz lo que estaba oculto, a veces tan profundamente que ni tú mismo sabías que estaba ahí.

 

– Contención de la ansiedad: el terapeuta tiene que saber contener tu ansiedad y gestionar cualquier estado emocional, por negativo o explosivo que parezca. Es más, el mero hecho de poder actuar libremente delante de alguien puede resultar tremendamente terapéutico. Ser aceptado por otro es el primer paso para aceptarse uno mismo.

 

Ser aceptado por otro es el primer paso para aceptarse uno mismo.

– Función espejo: ponerte delante una imagen sana y madura de ti mismo que puedas introyectar. El terapeuta tendrá que ser muy cuidadoso e intentar mantener la neutralidad para no inocularte sus propios sesgos, reflejándote una imagen deformada e inválida, como en un espejo de feria. En realidad, todos estos puntos podrían resumirse así: el terapeuta debe escucharte y comprenderte en tu singularidad concreta para poder devolverte lo que realmente eres (sin contaminarlo con sus propias concepciones de la vida)

 

Partes de este artículo:

https://madridpsicologia.com/funciones-de-una-terapia-psicologica-13/

https://madridpsicologia.com/funciones-de-una-terapia-psicologica-23/

https://madridpsicologia.com/funciones-de-una-terapia-psicologica-33/

 

Estados alterados de Conciencia

meditando, estados alterados de concienciaEstados alterados de conciencia.

 

Podríamos definir la modificación de conciencia (Estados Alterados de Conciencia) como la inducción controlada de “estados existenciales” diferentes a la vigilia ordinaria en los que se transforman radicalmente la percepción del sujeto (lo interno), de su mundo (lo externo) y de las relaciones entre ambas instancias (que pueden llegar a disolverse en una experiencia sin “dentro” ni “fuera”). Las técnicas de modificación de conciencia constituyen una herramienta potentísima (y peligrosísima) de autoconocimiento, exploración e investigación psicológica llegando, incluso, a la sanación psicoespiritual.

 

Existen infinidad de técnicas de inducción de estos estados: danzas y cantos rituales, recitación de mantrams, estados de privación, contemplación, meditación, sustancias psicotrópicas, control de la respiración, etc.

 

Para Stanislav Grof, destacado representante de la naciente (y, tal vez, ya decadente) psicología transpersonal: “La modificación de conciencia es a la psicología lo mismo que el microscopio a la biología o el telescopio a la astronomía”. Es decir, al igual que el microscopio abre todo un nuevo “campo de realidad” –el celular y microscópico–, insospechado de otra manera, la alteración de la conciencia permite el acceso directo a regiones ocultas de la mente (que en último término se “con-funde” en lo real).

 

En estos estados se revelan como evidentes gran cantidad de mecanismos psicológicos inconscientes que han estado interfiriendo (incluso, dirigiendo), desde las profundidades de la psique, toda la vida emocional, sexual, afectiva y cognitiva del sujeto, aunque de manera insospechada (sub-liminal, es decir por debajo del “umbral de conciencia”) pero, eso sí, plenamente operativa (tanto que el material reprimido, por ejemplo, puede dar origen a patologías). Dicho de otro modo, estas vivencias provocan accesos súbitos (“insight”) a profundas comprensiones de uno mismo y de su dinámica psíquica, así como de su particular “encaje” en el mundo como “totalidad armónica”, y hasta del sentido último de la existencia, particular o universal.

 

Además, en los estados alterados se tiene acceso al imaginario personal y colectivo, a universos oníricos o simbólicos que pueden vivenciarse como plenamente reales, así como aperturas espontáneas que muchos psiconautas califican como plenamente místicas o religiosas y que, de hecho, pueden transformar sus vidas para siempre.

 

Para muchos, la modificación de la conciencia es, en fin, la “vía real de acceso al inconsciente” (en palabras de Freud), y actúa como un taladro que perfora los límites habituales de nuestro mundo, lo que se vivencia como un viaje interior a las regiones ocultas de la existencia humana, regiones habitadas por dioses y demonios personales, fantasmas del pasado, recuerdos reprimidos, proyectos, deseos, creencias, presencias numinosas o místicas, etc.

 

Y todo ello configurando o constelando un mensaje psicodinámico concreto (similar al de los sueños o los síntomas) esperando a ser descifrado. “Un sueño sin interpretar es como una carta sin abrir” dice el maestro Luis Cencillo, mucho más podría decirse de estas vivencias que constituyen un material excepcionalmente significativo que debiera ser integrado en los modelos “psicológicos académicos y oficiales” (por no decir modelos “conductistas americanos”).

 

Muchos autores (Robert Master y Jean Huston, Stanislav Grof, Salvador Roquet, etc.) han estudiado científicamente (en contra, por lo general, de las legislaciones vigentes) la potencia terapéutica y sapiencial de estos estados con resultados sorprendentes. Así mismo, han cartografiado todo el espectro de la conciencia elaborando auténticos “mapas de la conciencia”, esencialmente idénticos entre sí.

 

Estos mapas coinciden además (aunque con un lenguaje psicológico más propio del moderno occidente) con los diferentes modelos propuestos por lo que se ha dado en llamar “Filosofía (o Psicología) Perenne”. Saberes olvidados o dogmáticamente rechazados que empiezan a abrirse un hueco por derecho propio entre las tecnociencias occidentales. En palabras de Grof: “El único factor responsable de las sorprendentes diferencias entre la visión del mundo de las culturas industriales occidentales y todos los otros grupos humanos a lo largo de la historia, no es la supremacía de la ciencia materialista sobre la superstición primitiva, sino nuestro profundo desconocimiento de los estados alterados de conciencia”.

 

Rafael Millán

 

Bibliografía recomendada:

 

Grof, S. (2002). La psicología del futuro. Barcelona: Ed. La Liebre de Marzo.

 

Master, R. y Huston, J. (1975). LSD: Los secretos de la experiencia sicodélica. Barcelona: Ed. Brugera..

 

Roquet, S. y Favreau, P. (1981). Los alucinógenos: de la concepción indígena a una nueva psicoterapia. México: Ediciones Prisma.

 

Tenemos algunos vídeos de nuestro canal de Youtube sobre el tema (estados alterados de conciencia). Si te suscribes nos das la vida. Por ejemplo, este:

 

Causas de la Ansiedad. Factores psicológicos individuales.

Causas de la ansiedad. Factores psicológicos individuales.

La avería de un coche o de un ordenador suele tener una causa única e identificable (“clara y distinta”). Incluso la mayoría de las enfermedades orgánicas tienen una causa que puede aislarse y tratarse adecuadamente. Es más, es esa misma causa (y no los síntomas) lo que distingue a unas enfermedades de otras. No es lo mismo tener un tumor en el estómago, una úlcera, o una indigestión porque la causa (y por tanto la enfermedad es distinta) aunque las tres cosas tengan el mismo sińtoma:  dolor de tripa.

Con la ansiedad no ocurre así. Como todos los procesos humanos, la ansiedad es una resultante complejísima de una gran cantidad de factores externos e internos, individuales y sociales, combinados de una manera única y específica para cada caso. Además en cualquier psicopatología intervienen dimensiones o niveles muy diversos: psicológicos, emocionales, cognitivos, existenciales (falta de sentido…) y hasta espirituales.

Así que, definitivamente no. A no ser que hablemos metafóricamente, la ansiedad no es una “avería” o una “enfermedad”. Es otra cosa, algo de un orden mucho más complejo.

Así que tendremos que ir entendiéndola por partes, en aproximaciones sucesivas y por diversos frentes de ataque. En este artículo repasaremos algunos de los factores individuales. Si bien debe quedar muy claro que esta no es más que la mitad de la historia y sólo en un encaje social adecuado tomarán sentido la mayoría de los elementos de los que hablaremos a continuación.

Al hilo de lo que venimos diciendo, no estaría de más empezar aclarando un punto importante. Cada vez estoy más seguro de que hay muy pocas “psicopatologías” (a lo mejor sólo una… ¡o ninguna!), pero se presentan en formas muy diversas como el monstruo de las mil caras.

Por eso, cuando me he puesto a reflexionar sobre las causas de la ansiedad, me he dado cuenta de que estas mismas “causas” podrían aplicarse a muchas otras problemáticas: depresión, obsesiones, etc. Ya que aunque el espectro de los mal llamados trastornos psíquicos difieran en un nivel superficial, son similares en lo profundo. De hecho, se podría sentar la tesis de que todo los desajustes emocionales son, en el fondo, muy parecidos. Así que me corrijo, más que el monstruo de las mil caras la psicopatología es el monstruo de las mil máscaras.

Y ahora entremos directamente en materia.

Factores individuales que provocan ansiedad (extraídos de mi propia experiencia):

Lo más claro y que he visto en todos los casos: dificultades para acabar de madurar y asumir una identidad adulta, autónoma y plenamente responsable tanto de sus decisiones (y sus consecuencias) como de sus estados de ánimo. Es decir, cierto grado de inmadurez o de infantilismo narcisista.

Y esto generado por: distorsiones en la comunicación afectiva con figuras relevantes, casi siempre los padres o familiares cercanos, que han impedido una correcta maduración de todos los elementos psicológicos y emocionales. La maduración también puede verse perturbada por vivencias muy traumáticas.

El resultado es una identidad frágil e inmadura que puede manifestarse de dos maneras opuestas.

Por una parte, puede mostrarse como una personalidad blanda y vaporosa, “poco hecha”, incapaz de enfrentarse a los problemas del mundo real, insegura, que “no da la talla” o que “no puede con todo”, que se siente «desbordada» y se derrumba cuando la realidad muestra sus aristas más duras. Y claro que esto genera “ansiedad” o angustia a cualquiera.

O, por el contrario la personalidad puede intentar sobrecompensar estas carencias y disfrazarse de lo contrario, mostrando una excesiva seguridad en sí misma. Pero es una seguridad de cartón-piedra que se delata por ser demasiado rígida e inflexible, cuando no agresiva. En seguida se nota que intenta tapar manicamanete una inseguridad de fondo.

Este tipo de personalidades suelen ser excesivamente rígidas. No admiten ni un error propio (perfeccionismo) ni ajeno (idealismo). Y a veces se enorgullecen de un férreo (pero persecutorio) sentido de la justicia.

Algunos se repiten a sí mismos una y otra vez una larga serie de “debería”, de “tengo que” o de “hay que…” que le ametrallan machaconamente y le hacen sentirse incapaz de una conducta efectiva. Quedan como paralizados, bloqueados, cortocircuitados entre dos fuerzas opuestas. Pero con estos «debería» se escapan a la fantasía, lo que les tranquiliza y eviten que se enfrenten a la inquietante realidad de la que intentan escapara a cualquier precio…

En cualquier caso, siempre se observa una identidad frágil (ya sea por exceso o por defecto, por más o por menos) que no acaba de saber quién es o lo que quiere y que se deja arrastrar por corrientes de opinión o por relaciones dependenciales.

Y, por supuesto, se puede ir saltando de un extremo al otro (“bipolaridad”), mostrando una conduzca zigzagueante y desconcertante, como una bola de pinball.

Hay otras muchas posibilidades (tantas como personas). Sólo estoy apuntando algunas de las que me he ido encontrando en mi práctica terapéutica. Otra que ahora recuerdo es una persona que no sepa expresar adecuadamente (canalizadamente) su propia agresividad, de tal manera que se le quede dentro, como “haciendo mala sangre” hasta que salga en forma explosiva como un ataque de ira o de pánico, por ejemplo.

Lo que nunca falta es un cierto grado de narcisismo. El narcisista es el que prefiere la apariencia a lo real. Es decir siente una gran preocupación por el qué dirán o el qué pensarán los demás. El narcisista se ocupa de construir una (falsa) imagen de sí mismo de la que (como en el mito clásico) se enamora, y que defiende a capa y espada (caiga quien caiga).

Muchas veces el narcisista fantasea (a veces de manera inconsciente) con escenas en las que es el mejor o el protagonista y es alabado o admirado por todos. En ocasiones y paradójicamente se fantasea con ser el más humilde y el más altruista. Y esto, cuando se descubre, resulta tan contradictorio que parece un chiste. O, hasta se puede ser el mejor en ser el peor. Es decir, el que más sufre y el que peor lo pasa, el más «incurable» (título al que han optado varios de mis pacientes), etc. Y esto ya es ser el mejor en algo. Y defienden su condición de “enfermos” incurables por encima de cualquier otra cosa.

Otros intentan adaptarse a la opinión y la expectativa de los demás. Y al final, no saben quienes son ni lo que creerse y se deja influir o manipular por opiniones diversas y contrapuestas. Pero cuando “todo vale” (ya que no tienen un criterio propio), a la vez, nada es firme ni cierto y eso genera una gran inseguridad, que puede vivirse como angustia y ansiedad. Están desconectados de sí mismos, de su propio criterio.

Resumiendo. El problema es de una identidad inadecuada (inmadura, frágil, falsa, demasiado rígida, que prefiere “dar imagen” o “aparentar”…) y trufada de narcisismo. En otras palabras, el problema, como siempre, es preferir (inconscientemente) una mentira a la verdad.

Pero, precisamente porque es mentira, esa identidad y esa falsa imagen narcisista hacen aguas por todas partes y siempre están en riesgo de resquebrajarse y venirse abajo. Y éste es el principal miedo del “narcisista” o del ansioso. Y, por supuesto, cada vez que ocurre algo que le recuerda la “mentira” en la que vive (y que contradice sus secretas fantasías), siente una intensa ansiedad, es decir un “miedo (aparentemente) sin objeto”.

En realidad lo que teme es quedarse “desnudo” ante sí mismo y ante el mundo sin esa imagen megalómana tan trabajosamente construida y mantenida. Es decir, ser “pillado” en la elaborada mentira en la que uno mismo se ha ido metiendo y en la que se atrincheran defensivamente.

Ojo, con esto no quiero decir que el paciente sea un mentiroso o que él mismo sea consciente de esa mentira. No. Todo lo contrario, la mentira se la han hecho tragar literalmente. Se la han metido, se la han colado como de contrabando y, al principio de la terapia, la propia persona no sabe qué es lo que le pasa. Por eso dice sentir ansiedad, que es una sensación angustiosa aparentemente inmotivada. Pero, si la terapia va bien, poco a poco se puede ir descubriendo el origen de la mentira, desmontando los sesgos que han perturbado la cimentación de su carácter y deshaciendo la falsedad que, como un “alien”, se nos ha colado dentro de nuestro sistema emocional.

No quiero acabar el artículo sin comentar otro mecanismos que he visto en varios casos. La ansiedad viene provocada por un «miedo a la muerte» que muchas veces lleva a la persona incluso a visitar el hospital (de donde la despacharán con un valium y una palmadita en la espalda, cuando no con una cita con el psiquiatra). En mi experiencia, este miedo a la muerte esconde un miedo a la vida. A que nos llegue la muerte sin haber empezado a vivir en serio ya que (por todo lo que estamos exponiendo), la persona no acaba de poder ser ella misma.

Recuerdo un caso de una chica joven y sana a la que todo el mundo intentaba convencer de que no se iba a morir cada vez que le venía un ataque. El primer día tuvo uno en mi consulta (lo que es habitual) y yo intenté el procedimiento opuesto y paradójico. Le dije que claro que se iba a morir y que cuando le viniera (tal vez ahora mismo o tal vez en 90 años) siempre la pillaría desprevenida, por lo que lo único que nos quedaba era intentar vivir nuestra vida consecuentemente hasta que nos dure. Como le dice Gandalf a Frodo, no elegimos el tiempo que nos han asignado, pero sí elegimos qué hacer con ese tiempo.

La chica se quedo alucinada y me dijo que nunca le habían hablado así (es decir, con la verdad por delante) en un mundo que oculta la muerte detrás de una cortina (pero es un cadáver que, literalmente, no se deja esconder). El ataque de pánico se le cortó radicalmente y comenzamos la terapia que fue breve y fecunda. Prácticamente esa única intervención (bien llevada y emocionalizada) fue la «cura».

En próximos artículos seguiremos analizando la ansiedad desde una perspectiva social (que tal vez sea la más importante), inconsciente (sueños típicos…) y existencial (falta de sentido, angustia ante la libertad o ante el tiempo perdido…).

Y luego veremos cómo se disparan los ataques una vez instalada la ansiedad y propondremos técnicas para irla enfrentando.

Filosofía perenne. Psicología perenne

Hace tiempo que escribí este artículo (¡más de doce años!, parece mentira) que ahora, como por una nostalgia, rescato del naufragio de mi disco duro. Tengo la tentación de corregirlo y matizarlo. Sobre todo de suavizar el tono, duro y sentencioso, como de marisabidilllo. Como de estar de vuelto de todo. Ya que si algo he aprendido es que el que se cree de vuelta de todo es porque no ha ido todavía a ningún sitio. Pero resisto la tentación, no quiero quitarle su  fuerza y frescura casi adolescentes…
 
Así que aquí, no sabría decir por qué, publico este texto antiguo, pero que transmite (o eso espero) algo de verdad.

Filosofía Perenne

La búsqueda del sentido último como método científico

 

“Apenas somos conscientes de la extraordinaria singularidad de nuestra propia postura, de modo que nos resulta muy difícil admitir el hecho evidente de que haya existido un consenso filosófico único, de amplitud universal, que ha sido sostenido por muchos (hombres y mujeres) que han compartido las mismas experiencias y han transmitido esencialmente la mismas enseñanzas, hoy o hace seis mil años, y desde Nuevo México en el Lejano Oeste hasta Japón en el Lejano Oriente.”

Alan Watts

 

Siempre ha habido un modelo ortodoxo de pensamiento difundido por alguna institución encargada de inventar y pregonar el discurso de valores dominante. Hoy, para muchos, la nueva iglesia es la ciencia, y su ética, el neoliberalismo. Con la llegada de la modernidad el universo se ha transfigurado en un continuo material de átomos ilustrados y el hombre en un azaroso subproducto de los caprichos de la evolución.

La mente humana es un molesto epifenómeno que no tiene cabida en las nuevas ecuaciones de control. Cualquier rastro de significado se ha diluido en el magma gris de un mundo neutro. Estamos en la era del cyberhombre unidimensional. Dios ha muerto y su criatura agoniza huérfana de Ser. Este ha sido uno de los legados de la modernidad. Desechando los viejos mitos, hemos exiliado nuestra humanidad a un cementerio de residuos industriales.

Pero, al margen del Pensamiento Único, a pie de página del discurso dominante, por encima de modas o intereses, sobrenada lo que, para muchos, ha sido la Verdad. Una Verdad que necesariamente ha de ser Única, inmutable e idéntica a sí misma. Una Verdad que, a pesar del actual eclipse de valores, nunca ha dejado de brillar.

Y lo que es más, esa Verdad ha sido conocida y difundida durante la mayor parte de la historia. Estoy hablando de un acuerdo filosófico universal que conforma un corpus que, arropado por los diferentes lenguajes de cada tradición, palpita, siempre igual a sí mismo, en el corazón y en la palabra de todos los hombres sabios.

Este consenso es el centro de la esfera, la médula viva de cualquier enfoque perenne de la sabiduría: un núcleo común, un mismo tronco, una misma estructura profunda que se manifiesta de diferentes formas en cada momento histórico particular, pero que hermana a la mayoría de las tradiciones de pensamiento universal: budismo, hinduismo, cristianismo gnóstico y patrístico, sufismo, platonismo, filosofía griega… Todas las líneas de conocimiento están de acuerdo en lo esencial y de ellas se desprende una misma y única enseñanza: la sophía perennis.

Esta Sabiduría alcanza su máximo en torno al siglo VI a.c. –el siglo de Buda en Oriente, Lao Tse en China, Zoroastro en Persia y los presocráticos en Occidente– y recorre toda la antigüedad. Aunque es actualizada y refrescada por santos, sabios y profetas de todas las tradiciones.

Aldous Huxley
Aldous Huxley

El término philosophia perennis es rescatado por Leibniz de los escritos del teólogo medieval Augustine Steuch y más tarde popularizado por Aldous Huxley. La philosophia perennis es la fuente original, el alma que nutre, de una u otra manera, la gran mayoría de las escuelas filosóficas de todos los tiempos.

Muchos son los mimbres que entretejen esta estructura iniciática y holográfica en la que cada hebra implica y necesita a todas las demás como en un prisma perfecto o en fractal. Sólo hay que empezar a tirar del hilo, perderse en el laberinto, atravesar el portal de la sabiduría en busca de la llama del grial.

 

1. No creas en nada: conoce, constata y verifica.

En todo saber, lo primero es el método. Y en el Saber de los saberes, el método sólo puede ser el más estricto de los métodos científicos. Puesto que buscamos conocimiento y no fe, necesitaremos pruebas, evidencias y datos en lugar de dogmas o creencias. La fe es contraria a la sabiduría, ya que no hay necesidad alguna de creer en aquello que ya se conoce. En palabras de Buda: “No creas en nada ni en nadie, sólo en aquello que puedas verificar y constatar por el análisis de la razón y la luz de tu consciencia”. Este es, sin duda, el más exigente de los métodos experimentales. La verdad sólo habita en la propia consciencia. Utilízate a ti mismo como laboratorio de pruebas, y que la sinceridad y la autenticidad sean el único criterio de verdad. Aprende a desarrollar la tecnología interior, endógena, a través del control de la propia mente. Y cuando domines tu mente, sabrás quién maneja los hilos del autómata. El Ser se revelará como condición única de la existencia y de tu existencia. Sabrás, en definitiva, quién eres tú.

 

2. Vive anclado en el presente. Aquí y ahora: esa es la única realidad.

Haz las cosas por sí mismas (el futuro y el pasado no existen), sigue el imperativo categórico y nunca busques provecho personal, ya que la consciencia, la Vida que riega todos los seres, es la misma vida que tú compartes y todo lo que le hagas al prójimo te lo estás haciendo sólo a ti mismo. El Yo Soy último, el testigo del teatro de la consciencia, el Ser que arde detrás de ti, es el mismo Ser en cada hombre. Cuando alguien dice “soy” se refiere al mismo “soy” que tú eres. Sólo cambia la perspectiva, lo esencial (lo invisible) siempre permanece. La aparente diversidad de lo real no es más que un juego de espejos, una ilusión de simetría, una figura geométrica que brilla en el fondo del caleidoscopio. La unidad es la condición de la multiplicidad. Los muchos son el uno.

 

3. Ámalo todo porque Tú eres Todo.

Todo está interrelacionado en un único gran proceso. Mi cuerpo o mi cerebro se componen –son– del mismo polvo de estrellas que constituye la roca, el árbol o el río y están en continua interrelación con el entorno. Nada está cerrado ni es independiente, sino que todos los sistemas se entrecruzan. Todo carece de esencia propia, pues el ser de las cosas lo impongo yo desde mi mente lógica y lingüística. No hay distancia entre el sujeto y el objeto. Si Yo me apago, todo se apaga. Cualquier frontera es artificial, no hay dentro ni fuera ni arriba ni abajo, principio ni final. En el Ser no hay fracturas ni hiatos, sólo pura esencia. Pensarte como un ego separado, como un ser cognitivo independiente no es más que una ilusión, un velo, una mentira.

 

4. Tu esencia es el vacío.

El espacio no está en ninguna parte (puesto que si así fuera estaría en más espacio), y el tiempo no transcurre en ningún sitio. Tú eres aquel que observa el tiempo y el espacio (el ojo que puede verlo todo menos a sí mismo) y por lo tanto ni eres tiempo ni eres espacio: eres eternidad y vacío, el receptáculo del devenir, el lugar donde los acontecimientos suceden, el vacío donde cohabitan todas las potencias. O, por decirlo con un aforismo hindú: “tú eres sólo aquello que no se puede perder en un naufragio”; es decir, lo que permanece después de haberte despojado de tus posesiones, de tu cuerpo y de tu mente. El desapego es el único camino de conocimiento: el que no quiere nada, ya lo tiene Todo.

 

5. Finalmente, sé quién eres.

Despertar la sabiduría interior implica el más exigente examen de sinceridad con uno mismo para conocerse y vivenciarse con integridad y coherencia. Sé igual a ti mismo, es decir, sé fiel a la naturaleza de las cosas porque tú no eres más que un hilo enhebrado al tejido inconsútil del Kosmos: las nubes vuelan en tu cabeza y el océano fluye, literalmente, por tus venas. Tu corazón es el anima mundi y tu rostro el rostro original del universo. Reconócete como esencia y como consciencia y atrévete a ser quién eres.

 

* * *

 

Hemos visto una aproximación muy parcial y sesgada de las infinitas formulaciones posibles de la filosofía perenne, ya que el sentido último de la existencia está más allá de la lógica de las palabras. El lenguaje no es más que una mera parte y por lo tanto nunca puede apresar al Todo, aunque sí pueda señalarlo. La Verdad es inexpresable, amorfa e inefable (que no incognoscible) y se concreta y cristaliza para cada buscador en un perpetuo baile de disfraces.

Hay que señalar que estas enseñanzas no constituyen una filosofía a la manera occidental, es decir, un mero conocimiento especulativo, sino que configuran una auténtica gnosis teórica y práctica. La sabiduría debe experimentarse y actualizarse en cada hombre y los métodos para conseguirlo son variados: meditación, yoga, enteogenia… Pero estos no son más que apoyos, muletas y herramientas, que facilitan el camino de la transformación interior, de la muerte al pequeño ego y el nacimiento del auténtico Yo profundo.

El premio final que espera al que se embarque en el camino de la sabiduría no puede ser más suculento: se trata de la felicidad verdadera y de la libertad incondicionada. Una serenidad que no depende de las fluctuaciones exteriores sino que es la condición misma de toda condición, el sustrato eterno sobre el que se despliega la exuberancia del Espíritu. Más allá del reino de los fenómenos descansa la luz de la felicidad. La vida se sustenta sobre la tramoya invisible de la eternidad en cuyo reino la sabiduría y la felicidad, el deber y el querer, se confunden en un único y comprehensivo abrazo, un juego cósmico, una danza universal a la que todos estamos invitados. Gnosce Te Ipsum.

 

Rafa Millán

 

¿Cómo funciona el ataque de pánico – ansiedad? El efecto Bola de nieve.

Tener un ataque de pánico es como prender una cerilla. Una vez que la cosa empieza ya no hay quien la pare. La propia ansiedad genera un “bucle” una bola de nieve que no hace más que crecer y crecer. Y además ese círculo vicioso de la ansiedad puede activarse de mil maneras.

Pongamos que empezamos a sentir miedo, por ejemplo. Como tenemos miedo y sabemos que eso puede ser el principio de un ataque de pánico, para intentar estar seguro de si realmente está empezando a tener lugar un ataque lo primero que hacemos, casi inconscientemente es llevar nuestra atención al cuerpo, a ver si hay alguna reacción (taquicardia, sudoración, etc.) que nos lo confirme.

Y, naturalmente, la propia atención que prestamos al cuerpo genera algún tipo de reacción en él. Lo que nos confirma el peor de nuestros temores: está empezando un ataque de pánico y eso, naturalmente, nos aterra aún más.

Así que ala, más leña al fuego, como meter un extra de energía que generará un cierto nerviosismo que activará los indicadores fisiológicos del ataque. Sentiremos el corazón latir más rápido o más fuerte, nos encontraremos ligeramente más nerviosos, etc.

Constatar este hecho nos llevará a la terrible conclusión de que efectivamente está empezando un ataque de pánico lo que a un nivel psicológico generará terror. Y el miedo, a su vez, activará los factores físicos: más taquicardia, más nervios, más sudores. Que a la vez confirmarán el ataque, lo que nos asustará aún más, etc. Es como entrar en un circuito retroalimentado cada vez más rápido que va creciendo en cada vuelta como una bola de nieve. El “ciclotrón” de la ansiedad generalizada.

Otra forma de decirlo. Si alguna vez has tenido un ataque es normal que tiembles (literalmente) ante la idea de tener otro. Y que además estés a la expectativa como un león (o un tigre de Bengala) agazapado en la espesura, a la espera de “cazar” el más mínimo indicio de que algo anda mal y de que viene otro ataque. Y es, precisamente, esa espera tensa, esa expectación la que, antes o después generará extraños síntomas que dispararán el ataque. La pescadilla (“ciclotrónica”) que se muerde la cola.

Además esa expectativa no tiene por qué ser consciente, es posible que, de momento, no te des cuenta de ella. Por eso una vez que se han tenido uno o dos ataques es más probable que vengan los siguientes. Muy pronto explicaré mi experiencia sobre cómo enfrentarse o “parar” un ataque de pánico.