Empezaremos practicando la “conexión con el centro” o “conexión con el corazón”. En realidad se trata de una forma de meditación o, más bien, de mi intento de decantar la esencia de la mayoría de las técnicas de meditación. Por eso te propongo que realices la “conexión” siempre que puedas, especialmente antes de tomar alguna decisión importante, antes de las sesiones de terapia y, por supuesto, antes de realizar otros ejercicios, hasta que, idealmente, ya no la necesites porque hayas aprendido a instalarte en tu centro de manera permanente.
Llamo a este ejercicio “conexión” porque puede plantearse como una conexión entre dos polos, aunque los dos polos somos, por supuesto, nosotros mismos. ¿Cómo me explicaría mejor? Digamos que hay un yo pequeño y un Yo grande. El yo pequeño es en el que vivimos la mayor parte del tiempo y es condicionado, personal, superficial, limitado; el Yo grande es profundo, incondicionado, ilimitado y universal. El yo grande, aunque lo llame “yo” no es individual sino transpersonal, es decir, va más allá de nuestras vivencias biográficas y personales, y las engloba.
De hecho, podríamos definir al pequeño yo como una condensación, un “pliegue” o un “nudo” del Gran Yo. Por supuesto, el yo pequeño no es autosuficiente, si de vez en cuando, no se conecta con su fuente (el Yo grande) se empieza a sentir cerrado y agotado. El yo pequeño sólo se siente auténtico cuando se alinea con el Yo grande, y como el pequeño está hecho del mismo material (Conciencia) que forma al grande, cuando se armoniza con él se siente revitalizado, vuelve a su fuente, retorna al origen.
La «iluminación espiritual» consistiría en la total disolución del yo pequeño en el Yo grande como una gota de agua se funde en el océano.
En el límite, la “iluminación espiritual” consistiría en la total disolución del yo pequeño en el yo grande como una gota de agua (pequeña, limitada y con una forma) se funde en el océano (que es grande, ilimitado y más allá de la forma… ¡al menos para la gota!).
Pero, de momento, no vamos a ir tan lejos, sino que nos conformaremos con intentar sentir el punto de anclaje entre el uno y otro, la “interfase”, el lugar exacto en el que nuestro yo pequeño y cotidiano hunde sus raíces en el gran Yo.
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