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Bienvenido a la sección Terapia de Madrid Psicología

Una terapia es un proceso de autodescubrimiento en el que iremos encontrando claves sobre el sentido de nuestra existencia, y que debería conducirnos a una vida más plena y más auténtica. En otras palabras, una terapia es un viaje interior cuyo destino somos nosotros mismos.

Meditación. Conectando con el Corazón (1/3)

Empezaremos practicando la “conexión con el centro” o “conexión con el corazón”. En realidad se trata de una forma de meditación o, más bien, de mi intento de decantar la esencia de la mayoría de las técnicas de meditación. Por eso te propongo que realices la “conexión” siempre que puedas, especialmente antes de tomar alguna decisión importante, antes de las sesiones de terapia y, por supuesto, antes de realizar otros ejercicios, hasta que, idealmente, ya no la necesites porque hayas aprendido a instalarte en tu centro de manera permanente.

 

Llamo a este ejercicio “conexión” porque puede plantearse como una conexión entre dos polos, aunque los dos polos somos, por supuesto, nosotros mismos. ¿Cómo me explicaría mejor? Digamos que hay un yo pequeño y un Yo grande. El yo pequeño es en el que vivimos la mayor parte del tiempo y es condicionado, personal, superficial, limitado; el Yo grande es profundo, incondicionado, ilimitado y universal. El yo grande, aunque lo llame “yo” no es individual sino transpersonal, es decir, va más allá de nuestras vivencias biográficas y personales, y las engloba.

 

De hecho, podríamos definir al pequeño yo como una condensación, un “pliegue” o un “nudo” del Gran Yo. Por supuesto, el yo pequeño no es autosuficiente, si de vez en cuando, no se conecta con su fuente (el Yo grande) se empieza a sentir cerrado y agotado. El yo pequeño sólo se siente auténtico cuando se alinea con el Yo grande, y como el pequeño está hecho del mismo material (Conciencia) que forma al grande, cuando se armoniza con él se siente revitalizado, vuelve a su fuente, retorna al origen.

La «iluminación espiritual» consistiría en la total disolución del yo pequeño en el Yo grande como una gota de agua se funde en el océano.

En el límite, la “iluminación espiritual” consistiría en la total disolución del yo pequeño en el yo grande como una gota de agua (pequeña, limitada y con una forma) se funde en el océano (que es grande, ilimitado y más allá de la forma… ¡al menos para la gota!).

 

Pero, de momento, no vamos a ir tan lejos, sino que nos conformaremos con intentar sentir el punto de anclaje entre el uno y otro, la “interfase”, el lugar exacto en el que nuestro yo pequeño y cotidiano hunde sus raíces en el gran Yo.

 

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¿Cómo entiendo la terapia? (3/3)

El arte del terapeuta es sutil, consiste, como en el tao, en “no hacer nada” y que a la vez “nada quede sin hacer”

Si me permites la metáfora, madurar es como montar en bici, al principio puede parecer complicado y es muy difícil explicar cómo se hace; pero con la práctica sale sólo y no se olvida. La terapia sería como esas ruedecitas de apoyo que a veces se usan para aprender a montar en bicicleta, pero que habrá que retirar lo antes posible. Tampoco hay que hacer nada para madurar fisiológicamente (sólo “dejar hacer a la sabiduría de nuestros cuerpos”). Algo parecido ocurre con la maduración psicológica, sólo que en esa maduración hay algo que nos asusta, por eso no hemos madurado, y muchas veces el grueso de la terapia puede consistir en que nos enfrentemos juntos a tus resistencias a crecer. Casi siempre hay algo de Peter Pan.

El grueso de la terapia puede consistir en que nos enfrentemos juntos a tus resistencias a crecer

De hecho, es esencial que comprendas que sólo tú mismo puedes hacerte cargo de tu propia vida. Es decir, tienes que responsabilizarte y dejar de echar balones fuera. Puede que al principio sean necesarias muletas emocionales (las ruedecitas de apoyo) para empezar a caminar, pero habrá que intentar retirarlas lo antes posible, y esto aunque te caigas, ya que aprender a levantarte es uno de los aprendizajes esenciales que la vida no te permitirá saltarte. Y, en el futuro, ya no contarás con la asistencia de un terapeuta.

Si todo va bien, poco a poco podrás sostenerte a ti mismo y dejarás de necesitarme, con lo que que tendremos que despedirnos y vivir, ambos, tanto tú como yo, un pequeño duelo por la relación perdida; duelo que a veces puede ser muy doloroso, pero que será necesario para que los dos podamos continuar sana y maduramente con nuestras vidas.

 

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Asesoría Filosófica (2/3)

Asesoría filosófica– ¿Quién soy yo? Es decir, acabar de cuajar una identidad sólida como mínimo en sus dimensiones social, laboral, personal, amorosa y sexual.

 

– ¿Qué es el mundo? Es decir, ordenar una cosmovisión válida, coherente y sin contradicciones.

 

– ¿Qué puedo hacer? ¿Cuáles son los límites reales de mis fuerzas y capacidades, cuáles son mis valores y mis talentos, en qué puedo aportar más y de qué manera?

 

– ¿Qué debo hacer? Es decir, el desarrollo de una ética generada desde uno mismo (Luis Cencillo la llamará una ética autógena. No se puede vivir sin una ética, pero una vez más esta ética no puede imponerse desde fuera, sino que habrá que “alumbrarla” mayéuticamente desde dentro. Y para esto el terapeuta tiene que saber, como mínimo, fundamentar una ética y ayudar al paciente a que la realice. A veces no hay que complicarse demasiado y basta con que la persona comprenda que si no tiene el proyecto y la intención firme de ser buena persona, nunca podrá llegará a ser del todo feliz (a no ser que viva anestesiando continuamente);otras veces será necesario un desarrollo más elaborado, según la capacidad y las necesidades de cada persona.

 

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¿Cómo entiendo la terapia? (1/3)

Desde mi punto de vista todas las personas somos únicas, por lo que no valen los tratamientos “estándar”. Al contrario, lo ideal sería diseñar un modelo personalizado para cada caso, teniendo además los reflejos necesarios como para adaptarlo a cada nueva circunstancia de la vida, siempre cambiante, de una persona.

 

En psicoterapia es muy arriesgado generalizar. Lo que para uno es una cura para otro puede ser un veneno. Por eso habrá que ir decantando el modelo a fuego lento. En un diálogo mutuo, yo como terapeuta y tú como paciente, iremos explorando el terreno sobre la marcha y planteando las reglas de juego, los recursos y posibilidades de los que disponemos, hasta que las ideas vayan cristalizando, sin forzar las cosas ni esperar demasiado. El diseño del tratamiento llegará a su tiempo, ni antes ni después, caerá en su momento como un fruto maduro.

Lo que para uno es una cura para otro puede ser un veneno

Habrá que recurrir (o no) a las técnicas de escuela según se vayan necesitando y planteando objetivos adecuados para ti. Pero, por la propia naturaleza de la terapia (en el fondo somos libres, aunque esa libertad se encuentre ahora obturada) no puede haber reglas seguras, hojas de ruta, ni itinerarios prefijados.

 

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Terapia. Curación por la palabra.

curación por la palabra. Psicología humanistaTerapia. Curación por la palabra.

 

Sufrimos porque estamos desajustados. Sufrimos porque no somos realistas y no sabemos desear con madurez: constantemente nos inventamos (y nos inventan) falsas necesidades, metas tramposas, pseudo-objetivos vitales y existenciales que, una de dos, o son imposibles (y, por tanto, frustrantes) o –peor aún–, se revelan absolutamente frustrantes si se tiene la “suerte” de conseguirlos. Pero cuánto tiempo pasamos, eso sí, fantaseando con ellos (dinero, sexo, belleza…), ¡sólo para hacernos sufrir ante su falta!

 

Sufrimos porque no hacemos lo que debemos, es decir, porque no practicamos el BIEN sino el MAL. Así, directa, simple y claramente. Y cuando hacemos el mal nos vemos obligados a diseñar y a sostener toda una serie de montajes, excusas y mecanismos de defensa (que son los síntomas patológicos) para tratar, en vano, de “escamotear” ante uno mismo y los demás ese mal propio que nos negamos a asumir: nadie puede aceptarse a sí mismo como malvado (a no ser que esté profundamente enfermo).

 

Sufrimos porque nuestra identidad, nuestro sistema de mundo y de valores, y nuestra cosmovisión no son coherentes. Carecer de una filosofía ordenada confunde y desorienta. Pero las “filosofías” de cada uno no están depuradas sino cosidas a retazos, recicladas a golpe de “slogans”, de modas y de vigencias pasajeras, es decir, repletas de contradicciones. Se necesita una forma orgánica y UNITARIA de entender el mundo porque –dice el maestro Cencillo– no se puede obedecer a dos señores; antes o después mandarán cosas opuestas.

 

Sufrimos porque huimos de la Verdad (el juicio propio y solitario en la intimidad radical de la conciencia) y nos dejamos configurar por el prejuicio, por las habladurías, por las modas y vigencias que nacen de intereses espurios de mercado, de empresa o de gobierno (todavía peor) y que nunca (por eso mismo, porque no están diseñados para ello), puede llegar a satisfacer realmente las necesidades psicológicas de nadie.

 

Sufrimos porque estamos siempre PERDIENDO EL TIEMPO EN LO TRIVIAL, enganchados a gratificaciones insustanciales debido a que no tenemos objetivos reales por lo que merezca la pena luchar. Y luego nos quejamos de que nuestras vidas carezcan de sentido.

 

Sufrimos, en fin, porque vivimos en una farsa, en un baile de máscaras hechas de dolor psíquico. En una mentira.

 

El resultado: depresiones, fobias, obsesiones, compulsiones, apegos infantiles, complejos, reacciones desmedidas e irracionales… Que no son más que intentos escapistas para huir de nosotros mismos (vano y doloroso intento). Y lo hacemos porque no nos respetamos (sino, no nos engañaríamos), porque NO NOS TOMAMOS EN SERIO a nosotros mismos ni a nuestro propio destino.

 

Hoy, todo lo serio y sustancial ABURRE (o ASUSTA) y todo lo trivial e insignificante DIVIERTE (pero es una diversión compulsiva y sufriente). Y el entretenimiento vacuo no puede, de ninguna manera, hacer una vida completa. Queremos ser niños viviendo en un algodón de azúcar, en un huevo de seguridad amniótica. Y eso no es realista. Seguimos siendo psíquicamente niños.

 

Pero cuando el proyecto de toda una vida es una NADA nos resentimos en la angustia del vacío. Y nadas son –para que quede claro–: el poder, el dinero, el sexo, los coches, los pisos, etc. Nada de eso satisface DE VERDAD (profundamente y a largo plazo) sino que, al contrario, genera, las más de las veces, enganches y adicciones (deseo incolmable lo llamó Lacan). Sin un proyecto real y humano (no egoísta), sencillamente, no se puede vivir bien.

 

Y precisamente para esto (madurar, superar el sufrimiento y reajustar la personalidad en lo real) es para lo que vale la TERAPIA. “Curarse” es disponer siempre de toda nuestra energía para dinamizarla creativamente en proyectos reales y maduros.

 

Lo difícil es encontrar un buen terapeuta: filántropo, experimentado y libre de escotomas propios. Lo que importa es, por cierto, la calidad personal del terapeuta y no su escuela-feudo. Aunque lo habitual es dejarse engañar por aprovechados y farsantes como, desgraciadamente, lo son la mayoría (esto es signo de los tiempos, ya nadie quiere ser un buen profesional [de lo que sea] sino, como mucho, parecerlo y cobrar por ello, siempre bajo la ley del “mínimo esfuerzo”). Hay que tener cuidado porque el mal terapeuta tratará de engancharnos “regalando nuestros oídos” y eso es reproducir la MENTIRA dolorosa de la que queremos liberarnos. Porque eso, y sólo eso, es lo que enferma: la M E N T I R A.

Meditación. Conectando con el Corazón (2/3)

Ya se ve que me estoy refiriendo a lo que muchas tradiciones espirituales y escuelas psicológicas llamarían meditación. Como ya he dicho, yo lo llamo “conexión con el centro” o “conexión con uno mismo”, porque hay algo en el término “meditación” que no acaba de convencerme. Con el término “meditación” da la impresión de que se tiene que hacer algo para entrar en un estado diferente (o “alterado”) que no es el habitual. Desde mi punto de vista, debiera ser exactamente lo contrario: vivir conectados con nosotros mismos debería ser nuestro estado natural y por defecto (y no el estado diferente o “alterado”).

 

Vivimos en un mundo que, por todas partes, nos lleva a la desconexión. Por eso solemos sentirnos tan vacíos y tan cerrados, vacíos de Ser, vacíos de Nosotros-Mismos. Lo que nos da sensación de apertura y de plenitud es precisamente volver a conectarnos: asentarnos, de nuevo, en nuestro centro.

 

Pero, hay que estar precavidos, si no estamos conectados todo el tiempo, ha de haber un motivo. Y ese motivo es que ahí, en nuestro corazón, hay algo que nos asusta o que nos duele y que nos induce, una y otra vez, a desconectarnos, es decir, a olvidarnos de nosotros mismos.

Lo que nos da sensación de apertura es volver a conectarnos: asentarnos, de nuevo, en nuestro centro.

Eso es normal, prácticamente todo el mundo (y especialmente en Occidente) se ha alejado en mayor o menor medida de su corazón espiritual, de su centro verdadero y, al volver allí, nos encontraremos todo el trabajo que teníamos pendiente, en forma de “escombro” psíquico y de basura emocional que, llegado el momento, habrá que barrer y desalojar de la conciencia.

 

Por supuesto, la peor solución es la de resignarse a vivir desconectados, pues eso significaría no acabar de sentirnos plenos, sino llevar una vida a medias, una vida inauténtica, como en “grisalla”.

 

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Autoconocimiento. Un pequeño ejercicio para tomar conciencia

mirada puraSi quieres, puedes hacer ahora este pequeño ejercicio. Sólo te llevará un par de minutos.

 

Intenta recordar cómo te sentiste la primera vez que mentiste, la primera vez que te falsificaste o que traicionaste tu ética, la primera vez que hiciste algo de lo que luego te arrepentiste o la primera vez que intentaste escurrir el bulto culpando a otro. Intenta recordar cómo te sentías esas primeras veces en las que decidiste actuar mal conscientemente (aunque sea por algo que ahora, desde tu edad actual, te parece una tontería). Puede que fuera en la primera casa en la que viviste, con tus padres o hermanos, ¿recuerdas?

 

Ahora intenta pensar en alguna ocasión en que hayas actuado mal, pero esta vez en tu edad adulta , lo más cerca posible del momento presente. Procura que ambos recuerdos sean muy vívidos. Céntrate sobre todo en tus emociones de infancia.

 

Bien, ahora compara cómo te sentiste entonces y cómo te sientes ahora cuando actúas sabiendo que no lo haces bien . Probablemente descubras que las primeras veces lo pasaste fatal y que ahora, prácticamente no sientes nada. ¿Te das cuenta?

 

Y, ¿qué es lo que ha pasado? Por desagradable que sea decirlo, lo que ha pasado es que tu sensibilidad se ha embotado, de algún modo, has conseguido anestesiar tu conciencia moral.

Lo que ha pasado es que tu sensibilidad se ha embotado, de algún modo has conseguido anestesiar tu conciencia moral.

Digamos que te haces trampas en un vano intento de no darte cuenta, de no ver lo evidente, de esconder la basura debajo de la alfombra. Pero, en el fondo y aunque no se vea, sabes que está ahí.

 

Este ejercicio (casi me siento como si te hubiera echado una regañina y te pido perdón por ello) puede valer para tomar conciencia de lo lejos que vivimos de nuestra verdad más auténtica y de la cantidad de mecanismos de defensa que hemos construido para evitar sentirnos responsables.

 

Muchas personas están tan acostumbradas a la mentira (algunos puestos de trabajo casi la requieren como condición obligatoria) que ya se han convertido en una rutina. Pero, lógicamente, eso tiene un precio.

 

Para vivir desde la mentira hay que falsear la realidad, construyendo todo un montaje interno que mantenga la ficción. Y no es fácil maquillar las cosas para que parezcan distintas de lo que son. Poco a poco nos iremos montando una serie de andamiajes, más o menos precarios, que nos “alejen” de nuestro centro (porque permanecer en él duele, ya que nos hemos traicionado).

 

Así que para “acercarnos” habrá que ir desmantelando todo nuestro aparataje defensivo, hasta desnudarnos sinceramente frente a nosotros mismos. Sólo podremos disolver la mentira encarándola con sinceridad y coraje. Para ello te propongo que sigas profundizando en ti mismo realizando los siguientes ejercicios.

¿Cómo entiendo la terapia? (2/3)

brrCreo que la salud pasa por la paulatina responsabilización del paciente, por lo que, cada vez más, mi labor como terapeuta se reducirá a la de un mero catalizador de tu proceso. A la hora de la verdad, sólo tú eres el que está llamado a hacerse cargo de ti mismo, y si yo te “sostengo” demasiado corro el riesgo de volverte dependiente y de impedir que te responsabilices de tu vida arruinando la terapia. De hecho, podríamos decir que este proceso no es otro que el de tu propia maduración, al menos de ciertos elementos inmaduros de tu carácter que te han venido pesando hasta ahora. Yo sólo vigilaré que no te caigas o que no te desvíes demasiado del camino, pero no puedo (ni debo) caminar por ti, como mucho puedo ayudarte a levantarte y señalarte cómo volver al centro. Pero, al final, la decisión última siempre estará en tus manos. Y pretender cualquier otra cosa sería engañarte.

Este proceso no es otro que el de tu propia maduración

Por suerte, contamos con un aliado muy poderoso y sin el cual la terapia no podría avanzar ni un paso. Me refiero a la parte tuya que quiere curarse y que te ha traído a terapia (tu parte “sana”). Si todo va bien, esa parte se enganchará con mi incosciente y empezará a funcionar por sí misma, guiando sutilmente todo el proceso. Mi obligación es escucharla y obedecerla sin interferir demasiado, como mucho canalizar y estructurar el espacio para que la curación pueda ocurrir.

 

El arte del terapeuta es sutil, consiste, como en el tao, en “no hacer nada”  y que a la vez “nada quede sin hacer”, o sea, consiste en abrir las condiciones de posibilidad para que el proceso pueda tener lugar y así dejar que, en la medida de lo posible, se desarrolle por sí mismo y sin demasiadas interferencias (como mucho un empujón de vez en cuando).

 

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Terapias corporales

terapias corporalesTerapias corporales

 

Las relaciones, interacciones y recíproca influencia entre todos los niveles del existir humano desde lo corpóreo hasta lo psíquico (pasando por lo emocional, afectivo, sexual, etc.) son fundamentales en procesos terapéuticos y de crecimiento personal. No es posible ya mantener la limpia distinción cartesiana entre el sujeto psíquico y el corpóreo. Soma y psique, cuerpo y mente (o alma) son una unidad funcional indisociable y orgánica: todo cambio (para bien o para mal) en una de estas instancias afectará irremediablemente a la otra, siendo más importante la RELACIÓN o INTERACCIÓN entre ambas (que es el espacio donde propiamente existe la persona) que cada una por separado.

 

Las relaciones entre el cuerpo y la mente se dan, de hecho, en cuatro direcciones distintas: la mente puede enfermar o sanar al cuerpo (actividad psicosomática) o, viceversa, el cuerpo puede sanar o “enfermar” la mente (lo que algunos llaman actividad somatopsíquica).

 

En terapia ya se reconoce que la mayoría de las alergias, afecciones cutáneas y del aparato digestivo y respiratorio, entre otras, son afecciones psicosomáticas que tienen mejor pronóstico con tratamiento psicológico que estrictamente orgánico (hay infinidad de estudios en este sentido aunque la medicina española – no así la de otros lugares, como la alemana, por ejemplo– aún insista, incomprensiblemente, en modelos “organicistas” más que superados).

 

Muchas de las escuelas que trabajan terapéuticamente con esta identificación psicosomática consideran además que en el cuerpo queda “cristalizado” un registro (como las anillos de un árbol) de las relaciones emocionales con los demás y con el entorno (desde la infancia) que pueden descubrirse y, en su caso, sanarse, a través del estudio postural, zonas de tensión muscular, esquemas sensoriomotores, “bloqueos” energéticos, pinzamientos, etc. Incluso se habla de una “coraza corporal” diferente para cada psicopatología: coraza neurótica, psicótica, etc.

 

Una de las escuelas más interesantes en este sentido es la bioenergética de Alexander Lowen (basada en las aportaciones de Wilhelm Reich).

 

Hay muchas otras escuelas que dan más o menos importancia a estas relaciones, desde el psicoanálisis (con la histeria, por ejemplo) hasta ciertas formas de psicodrama. Sin olvidar las que vienen de oriente y que más o menos descafeinadas se aplican en occidente como acupuntura, tai chi, yoga físico o hatha yoga, chi kung, trabajos con chakras, respiración, cuerpo pránico o energético, tantra, artes marciales, taoísmo, kundalini yoga, etc.

 

Y aún otras como la terpia craneosacral, el masaje terapéutico, la danzaterapia, etc. Aunque, tal vez sea demasiado pretencioso llamar terapia a lo que sin duda son técnicas efectivas (que tienen su incuestionable validez en ciertos ámbitos) pero que no alcanzan, la categoría de una verdadera terapia que pueda reintegrar al individuo total consigo mismo en todos sus niveles (afectivo, emocional, sexual, cognitivo, filosófico…) en un determinado medio social más o menos incompatible con la salud psíquica. El problema, suele ser, la escasísima formación psicológica real (que incluye conocimientos de antropología, filosofía, psicoanálisis, teoría de sistemas y un largo etcétera) por los “terapeutas” que suelen aplicar estas técnicas.

 

Por supuesto la psicología académica española ignora profundamente este amplio abanico de posibilidades terapéuticas.

Objetivos de una terapia. Para qué sirve una terapia (2/3)

objetivos de una terapia psicológica– Hallar las claves (hace tiempo perdidas) del propio malestar, y recuperar o construir las herramientas necesarias para enfrentarlo. O, dicho de otro modo, encontrar el mapa que conduce al tesoro de nosotros mismos.

 

– Fortalecer las partes buenas y sanas del propio carácter, al tiempo que vamos disolviendo los terrones de dolor y sufrimiento que nos habitan. Hay que desechar o aceptar todo lo negativo, que es lo que hasta este momento nos viene confiriendo una pseudo-identidad falsa y dolosa.

 

Pero, como en la muda de la piel de la serpiente, no podremos deshacernos de lo viejo hasta que una nueva identidad no se halle ya lista para emerger, por lo que habrá que montar el armazón de una nueva forma de ser, sana y adulta, o lo que es lo mismo, habrá que construir una trama válida para sostener nuestras vidas, al menos una primera percha sólida y estable sobre la que ir colgando todas las demás.

 

En esta misma línea, la terapia persigue aclarar la propia identidad, saber quién es uno y acertar a vivirse firme y plenamente como tal, desde nuestro centro y desde nuestra verdad personal única e inalienable. Tal vez esto sería lo más esencial de todo el proceso: poder llegar a vivirse auténticamente, sin mentiras ni autoengaños. En definitiva, llegar a ser uno mismo y aceptar (y amar) lo que se es, poco o mucho (normalmente, más bien poco). O sea, asumir plena y humildemente la propia identidad.

 

– Conectar con un bienestar profundo, elástico y continuado, incluso en momentos de dolor o dificultad, de tal manera que casi nunca (o sólo en una situación realmente extrema) se sienta uno desbordado por las circunstancias e incapaz de hacerse cargo de la propia vida. O sea, sentirnos libres y ligeros, sin cargas que nos oneren.

 

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Funciones de una terapia psicológica (3/3)

– Función existencial: Ayudarnos a aclarar nuestra “filosofía” vital, el sentido de nuestra vida. Es muy importante saber para qué vivimos, la vida nos sobra si no tenemos un porqué, un sentido o una dirección, por lo que nunca podremos estar seguros de si avanzamos o retrocedemos. Cuando un barco no sabe a qué puerto se dirige, no encuentra ningún viento favorable.

 

Cuando un barco no sabe a qué puerto se dirige, no encuentra ningún viento favorable.

– Campo de pruebas para la vida y para trabajar nuevas habilidades. En el espacio terapéutico puede ensayarse, con red de seguridad, aquello que se teme, y también empezar a desarrollar nuevas habilidades y características personales. Lo más habitual es aprender habilidades sociales o refinar las que se tienen, sobre todo en lo que se refiere a las relaciones con el otro sexo.

 

Suplir las carencias que se dieron encarnando los roles paterno y materno

– Guía para el autoconocimiento profundo. Un buen terapeuta puede ejercer, hasta cierto punto (y sólo mientras sea estrictamente necesario), de guía vital o de «maestro existencial». A través de ejercicios y de la interpretación de la vida profunda (sueños, deseos, fantasías), y por su propio conocimiento de la vida anímica, puede ofrecer un modelo válido que el paciente tome para sí.

 

– Otras funciones no menos importantes serían: descongestionar la parte emocional, escuchar activamente, comprender incondicionalmente, orientar, nutrir el alma (y hasta acariciarla si hace falta), ayudar a aclarar la propia trama psicofamiliar, investigar el origen de deseos, intereses y fantasías para aprender a controlarlos, etc.

 

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Práctica de carta al niño que fuimos (2/2)

niño interior, nino secreto, ejercicio de conexión con uno mismoSólo tienes que intentar ser sincero y auténtico. Escribe una primera carta de la extensión que desees, no te cortes en decir y en contar todo lo que quieras de todos los ámbitos de tu vida.

Sólo tienes que intentar ser sincero y auténtico.

Una vez que tengas esa primera carta recuerda que por la máquina sólo puede pasar un papel, así que cuando acabes la carta larga intenta sintetizarla en una sola cara. ¿Qué es lo esencial de lo que te has dicho? ¡No pierdas esta oportunidad de hablar contigo mismo!

Cuando hayas acabado, aparca la carta en algún sitio. Si la has escrito con el ordenador, mejor imprímela para tener un objeto físico y poder guardarlo. Deja que repose dos o tres días. Estáte atento a tus sueños de esos días y a tus sensaciones y sincronías. Luego vuelve a leerla. Aún tienes otra oportunidad de cambiar algo. ¿Has sido totalmente sincero? (recuerda que escribes sólo para ti y que engañarte no tiene sentido, sólo te hará perder tiempo y sufrir más). ¿Cambiarías algo de la carta? ¿Tienen relación algunos de tus sueños o vivencias de estos días con los contenidos de la carta? Si has sido sincero, es muy posible que así sea. A veces los sueños corrigen o amplían información.

 

En un segundo momento, al menos un par de días después de la revisión, haz el ejercicio inverso. ¿Qué te diría a ti, con tu edad actual, aquel niño que fuiste, si pudiera escribirte una sola carta?

 

Por supuesto, puedes jugar y adaptar este ejercicio como quieras. Ésta es sólo la forma que te propongo y como yo suelo realizarlo, pero a lo mejor tú quieres hacerlo como en una representación teatral o un psicodrama, interpretando ambos papeles; o puedes escribir un diálogo entre tu yo actual y tu yo niño, o, incluso interpretarlo (siempre que lo puedas grabar en audio o vídeo; para que luego puedas revisarlo), etc. En principio, recomiendo la sencillez y la espontaneidad (pero tal vez en ti lo espontáneo sea ser complejo), lo que importa son los contenidos y no la calidad o la originalidad del ejercicio.

Lo que importa son los contenidos y la sinceridad y no la calidad u originalidad del ejercicio.

Todos los elementos que te ayuden a meterte en el papel: recordar juegos, juguetes, personas, amigos de entonces, familiares o fotos, pueden ser útiles.

 

Éste es un ejercicio catártico muy fuerte. Si te da miedo o no te sientes preparado, mejor no lo hagas tú solo y realízalo con la ayuda de alguna persona cualificada o en la que confíes.

 

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